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Velando el fuego

Pensionistas

La ínfima subida de las jubilaciones y la pérdida de poder adquisitivo

Que la subida de las pensiones de este año haya vuelto a rebasar, una vez más, la frontera de la insolencia (ese lugar en el que tantas veces se confunde el descaro con la desfachatez), no debiera resultarnos extraño. Si el tiempo no es más que el espacio entre nuestros recuerdos, no hace falta estrujarse mucho la frente para darse cuenta de que esta actitud despectiva hacia nuestros mayores (muchos de ellos se dejaron piel y huesos en trabajos en los que las condiciones eran infamantes, además de altamente peligrosas) ya viene de largo, y de que unos y otros gobernantes, de los que tantas veces hemos escuchado palabras tan huecas como agujeros vacíos, no han hecho más que repetir la misma melodía. Subidas ridículas, cuando no congeladas en el mejor de los frigoríficos, o, como en estos últimos años, dardos despectivos que se estrellan contra quienes apuramos el último tercio y que, en muchos casos, se las ven de todos los colores para hacer frente a las necesidades mínimas.

Nada nuevo, pues, que llevarse al mantel de los desengaños. O, por decirlo de otro modo, la repetición de un menú desierto de vitaminas y de cualquier nutriente que, al paso que vamos, acabará por producir diarreas y ahogos respiratorios por doquier. El 0,25% de subida equivale a un mordisco en los tobillos, a un apretón de garganta y, lo que es aún peor, a una sonrisa amplia de quienes manejan nuestros destinos y se ufanan al creer que han cumplido con su obligación.

En ocasiones hay lluvias intensas que auguran las peores condiciones climatológicas. O nevadas que esconden bajo su manto inviernos largos y llenos de fatiga para todos. Alguna de estas imágenes me vino a la cabeza hace unos días cuando leí unos informes de expertos en este tema que vaticinaban una tormenta de tales proporciones que podría ser capaz de llevarse por delante no solo las arquitecturas de los edificios sino también a quienes se cobijan en su interior. En uno de ellos, elaborado por AIREF (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal), se pronosticaba que en los próximos 5 años las pensiones sólo se revalorizarían un 0,25%, por lo que, durante la década, se perderían 7 puntos de capacidad de compra. Pero, para mi pasmo, estos datos quedaban empequeñecidos ante lo que se decía en otro informe, elaborado con el mayor rigor, y que establecía una tabla de equivalencias por la que se igualaban las pensiones del 2030 con las que habíamos tenido en el 2013.

Por la noche soñé con un mundo en el que no se despilfarrara el dinero en la compra de armamento; donde los que nos gobiernan cobraran sueldos dignos pero también los ciudadanos que les auparon a sus cargos; y donde los pensionistas pudieran disfrutar de su ocio sin necesidad de estar a todas horas usando la calculadora para ver si pueden mediar la nevera. Cuando desperté, y me di cuenta de que los sueños son a veces poco más que castillos en el aire, señales de humo en un horizonte lejano, me vino a la mente el tango de Carlos Gardel; si bien, me dije, tenía poco que ver con la situación de nuestros mayores. "Sentir / que es un soplo la vida / que veinte años no es nada / que febril la mirada / errante en las sombras?..". Más bien, al contrario, veinte años (o diecisiete, da lo mismo) pueden ser una eternidad, una fiebre continua, un vagar por las sombras del desamparo.

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