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Juez decano de Gijón

La resurrección de Mieres (I)

El análisis de la caída de la población y de la actividad económica en el concejo y los medios para revertir la situación

A lo largo de mi vida personal y profesional he aprendido que la solución de casi todos los conflictos a los que tenemos que enfrentarnos en la vida requiere la combinación de tres factores: identificar el problema; afrontarlo directamente, poniendo en juego todos los mecanismos y armas posibles para vencerlo, y, finalmente es imprescindible ser tenaz y concentrar los esfuerzos y los medios, evitando su dispersión hasta lograr el objetivo perseguido. Evidentemente, debo admitir que reducir a tres los factores sin explicar el contenido de cada uno supone una simplificación del método; pero no se puede perder de vista que un artículo publicado en la prensa diaria no es el lugar mas adecuado para perderse en divagaciones o análisis de mayor profundidad, ya que si se hiciera así se provocaría una desbandada en los lectores, y mi intención es justamente la contraria: que se lea el artículo, provocar la reflexión en quien ha llegado hasta la última línea y que cada uno elabore sus propias conclusiones y avance y supere el texto que acaba de leer aportando sus propias reflexiones.

Intento, además, sembrar en cada lector la esperanza de que las cosas pueden ser distintas de cómo han sido hasta ahora, y de que no es irreversible el proceso de decadencia en que estamos inmersos, como villa y como concejo, desde hace ya demasiados años. Que el viejo cine Esperanza, cerrado no se si para siempre, se mantenga todavía en pie y exhibiendo su precioso nombre, puede servir de símbolo al proceso de resurrección de Mieres.

La identificación del problema: He leído explicaciones de toda índole -y algunas, recientemente, muy peregrinas- sobre las causas de la ininterrumpida caída demográfica de Mieres y su declive económico. La razón esencial que desencadenó el proceso fue el éxodo de miles de personas camino de Gijón a finales de los años 60, para trabajar en la enorme factoría que la entonces llamada "Uninsa" estaba levantando en Veriña.

No sé, exactamente, cuántas personas que trabajaban en la fábrica siderúrgica, tanto obreros como técnicos y administrativos, trasplantaron definitivamente sus vidas desde la cuenca del Caudal hasta las orillas del Cantábrico, mas de dos mil o de tres mil; pero lo importante es que con los trabajadores se trasladaron también sus familias, cónyuges, niños y adolescentes y, al poco tiempo, los ya jubilados que pudieron adquirir piso en Gijón siguieron los pasos de sus hijos camino de la villa de Jovellanos, todo lo cual provocó el colapso de toda la actividad económica mierense, pues no solo resultaron afectadas las empresas y actividades mercantiles que prestaban servicios o vendían sus productos a "Fábrica de Mieres", sino también los pequeños y medianos comercios que perdieron, en pocos años, un elevado porcentaje de su clientela.

A veces pienso -y no descarto que sea un pensamiento hereje- que quizás habría resultado menos dañino para la economía de Mieres que, en lugar de producirse el traslado forzoso de trabajadores, la gran empresa hubiera quebrado y los contratos laborales hubieran quedado rescindidos. En ese caso y ante una situación de tal gravedad planteada, seguramente las autoridades, tanto las franquistas -recordemos que todo el proceso se desencadena cuando aún faltaba un decenio para el cambio político- como las de la nueva y joven democracia se habrían visto obligadas a actuar y a buscar alternativas distintas de las prejubilaciones y demás que todos conocemos, esto es: tendrían que haber impulsado la reindustrialización por todos los medios, y seguramente no nos encontraríamos ahora como estamos, con una escandalosa pérdida de población, habiendo pasado de estar por encima de 70.000 habitantes en 1960 a 39.505 en 2016, lo que supone una pérdida de casi el 44% de la población.

Habría que preguntarse si sucedió lo mismo que aquí en ciudades de tamaño similar en que también hubo crisis industriales, pero en las que no hubo éxodo forzoso de trabajadores. Los datos estadísticos revelan que no, que la situación de esas ciudades es mucho mejor actualmente que la que de Mieres. Por ejemplo, Torrelavega tenía en 1960 en torno a 31.000 habitantes, y habiendo sufrido la grave crisis de la macroempresa "Sniace" -que llegó a dar trabajo a 3.500 trabajadores y que, hoy día, tras la reapertura, debe tener entre 200 o 300-, mantuvo su población en torno a 58.000 y 59.000 habitantes entre 1987 y 1995, y en 2016 tenía 52.819 habitantes, o sea, seis o siete mil habitantes menos. Ponferrada, que también sufrió una seria crisis económica -pero tiene una economía mas diversificada y dispone de suficiente espacio para nuevas industrias- en 1981 rebasaba los 52.000 habitantes, pero en 2016 tiene 66.447. Y finalmente Sagunto, que en 1981 rozaba los 55.000 habitantes, pese a haber perdido en 1984 la empresa "Altos Hornos del Mediterráneo", que en el momento del cierre daba trabajo a más de 3.000 empleados, y que en su mejor época había llegado a emplear, entre fijos y eventuales, a mas de 5.000 personas, resulta que en el año 2016 tenía nada menos que 64.439 habitantes.

Está claro, en consecuencia, que el principal problema de Mieres que puede tener solución es la desindustrialización y despoblación forzada -el de la minería es harina de otro costal, yo solo me refiero a lo que tiene o puede tener claras perspectivas de futuro-. En consecuencia, y demostrado que el proceso sufrido no tiene por qué ser irreversible, hay que hacer todo lo posible para que regresen las industrias, para que volvamos a ser un municipio industrial, de manera que no solo las generaciones jóvenes de la población autóctona encuentren trabajo, sino que se logre atraer a personas que puedan encontrar su medio de vida en nuestra villa y contribuyan a su recuperación, combatan el envejecimiento y ayuden a hacer crecer todas las actividades en el municipio.

Utilizar todos los mecanismos y medios posibles: Se sabe que, ante el susto provocado por el éxodo de mierenses a Gijón, las autoridades de la época intentaron buscar soluciones, pero vistos los resultados es evidente que las mismas fueron muy endebles cuando no equivocadas. Durante el régimen de Franco se atribuyó a nuestra villa la condición de "Zona de Preferente Localización Industrial"; mas tarde, en 1969, se incluyó al municipio dentro de la delimitación geográfica del "Polo de Desarrollo de Oviedo".

Se instalaron algunas empresas --más bien pocas- con escaso número de trabajadores contratados, y la población siguió menguando, ya que entre 1960 y 1981 (Franco falleció en 1975) se perdieron en torno a 12.000 habitantes. La democracia no supuso mejora alguna desde el punto de vista demográfico, pues si bien entre 1991 y 1995 se atenuó la velocidad del declive, desde 1995 la "cuesta abajo" que dibujan los gráficos resulta escalofriante, ya que en 1995 se rebasaban los 53.000 habitantes, y en 2016 solo había 39.505 mierenses en el municipio.

Cabría pensar que el proceso afectante a las cuencas mineras era tan grave que no tenía solución y, lamentablemente, da la impresión de que esa idea ha enraizado en la población y -lo que es peor- entre quienes detentan responsabilidades públicas, de manera que el pesimismo y el derrotismo se han convertido en sentimientos casi inseparables en la mentalidad de los mierenses.

Recuerdo una breve conversación que mantuve, hace casi treinta años, en un restaurante de Oviedo situado en la calle Campomanes. Me había invitado un buen amigo a cenar, y a la cena acudía también un importante industrial todavía en activo -mi amigo, por desgracia, falleció bastante antes de alcanzar la vejez-. Mientras esperábamos para pasar al comedor, me presentaron a dos personas que -creo recordar- o bien trabajaban en una Consejería del Principado o, simplemente, tenían una relación intensa con ella por lo que quizás estaban en condición de captar las sensaciones que por allí sobrevolaban, y uno de ellos -yo siempre pensé que imprudentemente- dijo, sin que nadie le hubiera preguntado: "Lo que pasa es que en Asturias la gente tiene que hacerse a la idea de que, en el futuro, será una comunidad de 750.000 habitantes".

Entendí, inmediatamente, que en la mente de aquellas personas se estaba diseñado un futuro para nuestra pequeña autonomía basado en servicios, turismo de calidad y actividades de lo que se conoce como el "sector terciario", solo aptos para una sociedad de jubilados mas bien pudientes y visitantes del mismo nivel económico, renunciando a potenciar la industria, esto es, renunciando a competir con otras comunidades y regiones donde la industria, con sus avatares y problemas, caía y se levantaba periódicamente, pero aportaba riqueza y trabajo y empujaba hacia delante a toda la economía.

Desde entonces, cada vez que leo y escucho hablar sobre la decadencia de la actividad industrial en Asturias, me resuenan aquellas frases escuchadas treinta años antes en el restaurante ovetense y me hierve la sangre porque, sin la industria, los servicios no proporcionan en una provincia como la nuestra el nivel de empleo necesario para absorber a los jóvenes que se incorporan al mercado laboral, y por ello estaríamos condenados a retroceder y retroceder, hasta que Asturias se convierta en una simple reserva de la naturaleza, muy hermosa -ya lo es-, limpia y saludable, pero sin personas.

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