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Archivero de la Catedral

Monsacro: La presencia de ermitaños (II)

Lo que desvelan los topónimos clave del lugar

Un mundo de sacralidad en torno al Monsacro se nos ha venido revelando en pequeños detalles, pero significativos. Hay una faceta, que voy a considerar a continuación: se trata de la presencia de eremitismo y monaquismo, allí en las laderas de la sagrada montaña. Con frecuencia el fenómeno del anacoretismo o eremitismo se aproxima a los del monaquismo. Destaco algunos montes con connotaciones sacrales.

En el Monte Sinaí se nos ofrecen conjugadas las dos manifestaciones y ya las pudo considerar la peregrina Eteria en el siglo IV. En el Monte Carmelo, se nos ofrece la presencia de ermitaños o anacoretas, siguiendo las pautas del profeta Elías. En el Monte Athos, al que los griegos dan el nombre de "to Haghion Oros" o el Santo Monte, la conjugación de ambas prácticas de ascetismo aparece por doquier. Cada monasterio tiene agrupadas en torno al mismo un número de ermitas o ámbitos para la soledad, donde algunos monjes viven vida solitaria, no acudiendo nada más que en ocasiones a la montaña santa del Athos. En mi visita al Athos, por los años setenta, la primera persona con quien traté en el trayecto desde Uranópolis a Kariés fue un monje anacoreta, que tenía su retiro y vivía como anacoreta o ermitaño en las cercanías del monasterio de San Agatón.

En el Monsacro, a través de la toponimia, encontramos una presencia de eremitismo y monaquismo, que me es grato destacar. Paralela o simultaneada con prácticas de monaquismo patentes desde la toponimia, a falta de otros testimonios. ¿Se dedicaban estos ermitaños solamente a las prácticas ascéticas de su vida penitente o formaban parte de un complejo de manifestaciones, que simultanean eremitismo y monaquismo?

La toponimia apoya la tesis de una presencia anacorética y una vida monástica en alguna forma que acabará testimoniando la documentación medieval. Los topónimos se pegan a los lugares, con carácter de inseparabilidad, y, muy raramente, llegan a perderse. En el Monsacro, el topónimo que avala una presencia de anacoretismo o eremitismo es evidente. Cercano a la capilla de abajo, o de Santa María Magdalena, hay un recinto demarcado por los restos de una muria y que demarcaría un espacio rectangular, posiblemente cultivable, y que se denomina "Huerto del ermitaño".

El topónimo "ermitaño" volvemos a encontrarlo en la capilla de arriba, o de Santiago y de Santa Catalina de Alejandría, o de Santo Toribio o de Santa María del Monsagro, que con todos estos nombres se cita, en contextos diferentes, donde hay una estructura arquitectónica, de una forma muy peculiar, que comunica mediante un arco, con un espacio denominado "Casa del ermitaño", que, a su vez, comunica con un espacio u oquedad, hoy hundido, que se nombra "Cueva del ermitaño". La pequeña extensión del "Huerto del ermitaño", del que el obtendría frugal comida y lo mísero de la "Cueva del ermitaño", apuntan hacia prácticas penitenciales y ascéticas que podrían ser sugeridoras de primitivas formas de eremitismo relacionables con los monjes de la Tebaida, o monacato egipcio, practicado por San Antonio Abad o los Padres del Desierto, inspirados, en cuanto a vivencias eremíticas con San Pacomio y las instituciones del abad Casiano.

¿Hasta dónde nos es dado retrotraer estas prácticas eremíticas en el Monsacro? No lo podemos saber, aunque nos gustaría que revelara una etapa penitencial en la cercanía de las Santa Reliquias, traídas de Jerusalén por Santo Toribio, el obispo de Astorga.

La cronología del santo obispo asturicense, Toribio de Astorga, es la que reflejan antiguas tradiciones, situando su episcopado en Astorga entre el 444 hasta al menos 460, en que dirige su famosa carta al Papa San León Magno, refutando el adopcionismo.

En nuestra capilla de arriba, o del Apóstol Santiago, existe una especie de fosa en el suelo, llamado "Pozo de Santo Toribio", donde habrían estado depositadas, según tradición, las Santas Reliquias que el Rey Alfonso II el Casto hizo trasladar a la Cámara Santa. De este pozo, los peregrinos que subían al Monsacro en las fiestas de lugar, recogían tierra, que aplicaban como emplasto para el dolor de muelas, vinculándolas con la santidad de las reliquias.

Otra alusión al obispo asturicense podemos encontrarla en la subida al Monsacro desde la Collaína. Hay una especie de saliente, que sugiere como un respaldo, con una especie de bancal o poyo natural, que la imaginación de los peregrinos o la más antigua tradición designan "Silla del Obispo" (quiero dejar constancia en esta nota de cómo allí cerca, en inimaginable accidente, encontró la muerte don Silverio Cerra, profesor del Seminario, entrañable amigo, al que, en este momento, me es grato tributar el más cálido recuerdo).

Con este corto "excursus" doy fin a esta breve síntesis sobre elementos cristianos en el Monsacro. La ayuda que nos prestan los topónimos de todos conocidos es inmejorable. Con esta exposición se pueden elucidar algunos aspectos, imprescindibles al hacer consideración de la sacralidad del Monsacro y de sus ermitas del "mayáu de les capilles".

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