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JUAN MANUEL DE PRADA | Escritor

"Santa Teresa, cuanto más se acerca a Dios, más se humaniza y allana"

"La princesa de Éboli y Teresa de Jesús tuvieron una relación intensa que acabó mal y que es con la que yo fabulo, imaginando que Ana Mendoza la admiraba y envidiaba"

Juan Manuel de Prada, ayer, en Oviedo. LUISMA MURIAS

El castillo de diamante, la última novela de Juan Manuel de Prada (Baracaldo, Vizcaya, 1970) cuenta un choque de damas del siglo XVI, el que tuvieron Santa Teresa de Jesús y la princesa de Éboli. El hecho es real pero el autor de La Tempestad (1997) y Morir bajo tu cielo (2014) no tuvo voluntad de hacer una novela histórica.

-Estamos en fastos teresianos. ¿El centenario le acercó a Teresa de Ávila?

-Empecé a preparar la novela hace 10 años, después de leer las obras de Santa Teresa de forma sistemática. Pensé escribirla hace 8, no pudo ser, pero tenía mucha documentación y cuando se empezó a hablar del centenario se me avivó el gusanillo.

-¿Qué le atrajo de Santa Teresa?

-Lo primero, la llaneza de su estilo que, paradójicamente, se ha hecho más difícil porque, al parecerse al lenguaje oral, queda más lejano que el literario de Cervantes, algo posterior. Son llamativos su humor -la burla hacia sí misma, su tomarse a broma lo suyo- y la sinceridad, a veces, candorosa, a veces ruborizante. Escondería cosas suyas pero lo que nos muestra tiene una autenticidad extraordinaria. Es una mujer misteriosa. Su vigencia y atractivo crecen, incluso entre personas al margen de su sensibilidad religiosa.

-En su caso ¿le atrajo la sensibilidad religiosa o la literatura?

-Más la literaria. Mi visión de la fe es poco mística. Sorprende que Santa Teresa, a la vez que tiene arrobos y éxtasis, está preocupada por si las cocinas de sus conventos están bien abastecidas. Cuanto más se acerca a Dios, más se humaniza y, en vez de encumbrarse, se allana.

-No habría "El castillo de diamante" sin la princesa de Éboli, ¿qué le interesó de Ana de Mendoza?

-Al principio era un personaje secundario para mí, la contrafigura que daba conflicto al relato. De la princesa de Éboli sabemos poco datos y tenemos pocas fuentes. La última parte de su vida fue airada y sombría porque se lanzó a la intriga política y recibió un castigo quizá excesivo. Muere en desgracia y nadie quiere recordarla. Dejó cartas que hablan de su temperamento: era muy decidida, impetuosa, celosa del prestigio de su familia y de la influencia de su marido.

-Usted plantea en la princesa una tensión entre la admiración y la envidia hacia Santa Teresa. ¿Fue así?

-Tuvieron una relación intensa que terminó mal. La princesa patrocinó conventos a la santa y salieron disputando. Luego la princesa quiso meterse monja en el convento de Santa Teresa y eso provocó trastornos... pero no sabemos cómo fue su relación, si la presidió el rencor o si faltó empatía. Más allá de hacer una novela histórica, lo que me interesó es el choque de damas con el fondo de la España de Felipe II.

-¿Jugó con blancas o con negras?

-Empecé jugando a favor de Santa Teresa, en parte porque la historia la conocemos a través de ella y de sus amigos pero, a lo largo de la preparación y escritura de la novela, la princesa me fue subyugando cada vez más y eso hizo que cobrara entidad mayor.

-También le sedujo a usted.

-Sí. Me permite más fabulación. Altero muchas cosas: no sabemos cómo fue su relación con Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, pero todo indica que fue él quien la arrastró a la perdición. En mi novela, que es cronológicamente anterior a su caída, es él quien está a sus pies y ella quien maneja. Ella era coqueta. En una carta de la época se cuenta una reunión de cortesanos y todo se preguntaban cómo traería el parche del ojo, si de gamuza o de anascote.

-En la novela hay voces y ecos de picaresca, Cervantes...

-Hay frases literales de Santa Teresa, y guiños a Fray Luis de León y a Garcilaso de la Vega. La literatura de la época nos sirve para reconstruir las atmósferas. Traté de coger el aroma de la escritura de la época y asimilarlo a la mía, un poco como hizo Mújica Laínez en Bomarzo.

-¿Fue un plus de esfuerzo?

-Estoy muy familiarizado con ese estilo y durante el tiempo de escritura sólo leí clásicos.

-¿Desplazó su proyecto de hacer los episodios nacionales del siglo XX?

-Ese es un proyecto dificultoso y más en este momento en el que no se sabe si en 5 años se seguirán publicando libros o si estaré entre los que publiquen. Tengo cuadernos de notas de la guerra civil y de las luchas obreras de principios del siglo. La documentación es trabajosa porque hay memoria de ese tiempo.

-¿Teme tanto a la crisis del libro?

-Una librera me dijo que las ventas le bajaron un 80% desde 2008. Este es el primer año que no bajan. Hay piratería pero también un vertiginoso cambio de hábitos. En el tren nadie lee, sólo parecen hacerle cosquillas al teléfono y, entre amigos, ya no hablamos de libros sino de series de HBO. La gente seguirá necesitando que le cuenten historias, quizá en imágenes.

-Usted dice que el teatro no está amenazado por Internet.

-Sí, pero hay mucho costumbrismo cutrón, de sainete posmoderno punto com. A lo mejor tengo que empezar a pensar en escribir una obra de teatro.

-Como articulista se le ve enfadado con su tiempo.

-Es un compromiso personal porque creo que asistimos al final de una era. También tiene que ver con la madurez. Pensé que no podía seguir escribiendo cosas que no sintiera o contemporizando por temor a los poderosos o a pisar terrenos resbaladizos y decidí que, lo mucho o poco que me quedara en los periódicos, sería totalmente sincero. Unamuno, cada vez más vigoroso y valioso, se caracterizaba por su dureza en los juicios con el tiempo que le tocó vivir. El nuestro también merece dureza pero está mal vista. Hay lectores que me lo reprochan pero yo lo veo como una obligación moral.

- "Yo jamás me rendiré a la ortodoxia decretada por nuestra época; y, por lo tanto, no me aguarda otro destino sino ser cada vez más despreciado y ridiculizado, hasta que algún día logren silenciarme del todo". Son palabras suyas. ¿Lo siente tan así?

-A medida que me he ido despojando de prudencias me he ido convirtiendo en un apestado para gente muy diversa. Antes me daban palmaditas en la espalda y ahora me ponen la zancadilla, desde la Iglesia hasta la política.

-Este Papa que no calla, ¿qué le dice a usted?

-Muchos de sus errores tienen que ver con su facundia pero, por ser un gran meticón, ha molestado a mucha gente que me encanta que haya sido molestada. En las últimas décadas, bajo el predominio de ciertos sectores neocones o neoliberales, parecía que la Iglesia defendía posiciones que nada tienen que ver con su doctrina social y sólo se centraba en la moral sexual y privada. Este Papa ha puesto el foco en otras cuestiones. Me gusta eso de Francisco. Es más peligroso con lo dogmático porque tiene tal espontaneidad que produce confusión. A media que se decanta, lo encuentro más interesante: la prueba de fuego será el sínodo. De Benedicto XVI me gustaba lo litúrgico, lo estético. Juan Pablo II es el Papa de mi juventud y eso, como pasa con las primeras señoras guapas, crea unos vínculos insustituibles.

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