La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Memoria del holocausto

Carta al padre

Y tú no regresaste, de Marceline Loridan-Ivens, escritura para aliviar el horror

Carta al padre

"A pesar de lo que nos sucedió, yo he sido una persona alegre; tú lo sabes. Alegre a nuestra manera, para vengarme de estar triste riéndome de todos modos. A la gente le gusta eso de mí. Pero estoy cambiando. No se trata de amargura, no estoy amargada. Es como si ya no estuviese aquí. Escucho la radio, las informaciones, sé lo que pasa y con frecuencia me da miedo. Puede que sea la aceptación de la desaparición o la falta de deseo. Me voy deteniendo", nos confiesa la autora en el primer párrafo del libro. Marceline Loridan-Ivens fue detenida a los quince años junto a su padre y enviados ambos a ese lugar cuyo nombre provoca escalofríos: Auschwitz-Birkenau. Más tarde enviada a Bergen-Belsen y Theresienstadt. Marceline se convierte en una de las escasas supervivientes del horror y la barbarie. Conocida por su prestigiosa carrera como realizadora de películas y documentales narra su historia a través de la pantalla y también de la escritura en libros como el que ahora descubrimos y en su autobiografía Ma vie balagan.

Difícil hablar desde este lado de la historia, desde este momento de la historia, desde este lugar, el de quien lee, quien siempre se encuentra a salvo, incluso en las lecturas más duras y duras como ésta. Difícil hablar tras el horror absoluto. Qué decir entonces. Es ésta una carta abierta al padre, a la figura del padre ausente que no logró sobrevivir al campo y al exterminio, pero cuya figura va creciendo con el paso del tiempo y hay en esta forma de hablarle y buscarle o reconocerle a través de la historia una labor curativa tanto para quien lee como para quien escribe: "Hace falta envejecer para acceder a los pensamientos de los padres". Marceline regresa una y otra vez a dos hechos aparentemente imperceptibles y que sin embargo marcan la clave, el hilo conductor de la historia, también el reflejo exacto del sentimiento, el amor, la figura del padre. "Tú podrás regresar, porque eres joven, pero yo ya no volveré", le dice él a su hija cuando viajan en el tren que les conduce a Auschwitz-Birkenau: "Esa profecía la llevo grabada dentro de mí tan violenta y definitivamente como el número de serie 78750 que grabaron sobre mi brazo izquierdo, algunas semanas más tarde". Una vez llegan al campo, los niños y los ancianos son separados del resto, también Marceline y su padre. Ya no volverán a verse de nuevo hasta que coinciden una sola vez en la que apenas ya cuerpos sin apenas humanidad se funden en un abrazo en el que el padre aprovecha para introducir en su ropa un tomate y una cebolla, ambos pagarán las consecuencias de este desorden. Nunca más volverán a verse.

Marceline nos habla de la supervivencia, de su condición de superviviente, un estado o condición que nunca te abandona, cómo el campo sigue dentro de ti para siempre ("Lo primero que se perdía eran las referencias de amor y de sensibilidad. Uno se congelaba por dentro para no morir. Tú sabes bien que en aquel lugar el espíritu se encogía, no había futuro más allá de cinco minutos, una perdía la conciencia de sí misma"). Nos habla del instinto, el que te hace avanzar, mantenerte erguido e intentar parecer saludable ante el examen de Mengele y seguir, continuar? Confiesa: "Creo que nunca te revelé lo que grabé en la pared de mi celda en Sainte-Anne: Una se siente casi feliz al saber hasta qué punto puede ser desdichada". El campo permanece abierto aún después de haberlo abandonado, sigue dentro: "Quince años después, llegó el momento en que me pregunté sobre el porvenir de los hombres. No me había convertido en una optimista. Temblaba en los vestíbulos de las estaciones. No soportaba los cuartos de baño con ducha de los hoteles. Ni la visión de las chimeneas de las fábricas. Cuando uno no ha regresado, siente eso toda su vida. Sin embargo, para poder vivir no había encontrado mejor remedio que creer, y hacerlo hasta el desatino, que se puede cambiar el mundo".

Estremecedor testimonio de incalculable valor en todos los sentidos, de sinceridad extrema, de ahí la conmoción, una lectura que hiere, resulta dolorosa pero necesaria, testimonio de extraordinaria pureza y sensibilidad, toda la que arrancaron a aquella niña en el campo que ahora escribe desde su edad adulta tras haber sobrevivido incluso a sí misma y su propia historia: "Hace dos años pregunté a Marie, la mujer de Henri: 'Ahora que la vida se termina, ¿crees que hicimos bien en regresar de los campos'? Me respondió: 'Yo creo que no, no deberíamos haber regresado. Y tú, ¿qué piensas?' No pude darle la razón ni quitársela, sólo dije: 'No estoy lejos de pensar como tú'. Sin embargo, si justo antes de que me vaya me hacen a mí esa pregunta, espero saber decir que sí, que valió la pena". La escritura y palabra, entendemos, como testigo y testimonio, única herramienta, tal vez, o recurso, ante la injusticia, la memoria que se fija sobre un papel y que jamás puede ser olvidada.

Compartir el artículo

stats