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Un Quijote en Australia

De cómo Josep Furphy construyó un lugar donde sólo había espacios vacíos y en las antípodas La Mancha pasó a ser el Bush

"Panorama quijotesco", obra de Joaquín Vaquero Turcios que se conserva el Museo Iconográfico del Quijote en Guanajuato, México.

Cuando los ingleses llegaron a Australia en 1788 no apreciaron más que un vastísimo territorio mayoritariamente yermo, deshabitado y apto para la conquista. Cerraron todos sus sentidos, incluido el sentido común, al hecho de que vivieran allí los aborígenes desde tiempos inmemoriales y de que hubieran recorrido el mapa de la Terra Australis a lo largo y a lo ancho, nombrando su fauna y su flora y sus accidentes geográficos y dejando a su paso un laberinto de caminos invisibles.

Los europeos no vieron, ni oyeron, ni sintieron la presencia de otros seres humanos. Y se pusieron a trabajar con ahínco para civilizar el nuevo espacio; fundaron primero, en las costas, más habitables, colonias penales, pueblos y ciudades después, y utilizaron para el transporte y conducción de la ganadería el espacio desértico e inhóspito que empezaba ya a unas pocas decenas de kilómetros del mar. A este espacio, que ocupa casi todo el mapa de Australia, se le denominó bush; su centro está presidido por la gran roca roja, Uluru, templo del arte y las creencias de los aborígenes.

Joseph Furphy, un australiano de origen irlandés, tuvo la intuición de que para crear cultura se necesita imaginación y comprendió que el bush no sería un lugar en la historia de Australia hasta que lo que sucedía allí no fuera inscrito en la literatura. Así, en 1903 publica Such is Life! Así es la vida!], donde el personaje principal, Tom Collins, al igual que había hecho Don Quijote con La Mancha, connota un ámbito aparentemente vacío y crea el concepto de Bush, que pasará de ser un espacio impersonal a convertirse en un lugar con historia.

Tanto Don Quijote como Tom Collins son personajes itinerantes porque tienen que delimitar un amplio mapa de la región, y ambos viven aventuras fragmentadas porque están construyendo la columna vertebral de una manera de ser: La Mancha y el Bush serán las tarjetas de identidad de España y de Australia para el mundo, una conjunción de la geografía y de los valores éticos del momento. Estos valores van a ser contrastados, a cada paso, por otros personajes también itinerantes, con lo que se enriquece considerablemente la semblanza que tanto Cervantes como Furphy querían aprehender para su historia.

Tom Collins ha perdido su trabajo sedentario y vagabundea por el bush entre ganaderos, vaqueros, pastores, esquiladores y demás trabajadores necesarios para conducir a miles de animales por las tierras áridas australianas. Con todos comparte Collins, alrededor de la hoguera nocturna, te y comida, cuentos y canciones, noticias, opiniones y, por supuesto, filosofías. Esto comporta risas, riñas, camaradería y aventuras, unas veces jocosas, otras peligrosas. Pero cada actividad, cada historia, se graba en el terreno y marca un punto donde ha pasado algo digno de reseñar, de poner en palabras escritas y, así, de permanecer en la mente de quien lo lee.

De nuevo al igual que Cervantes, Furphy añade un toque distintivo fundamental para adscribir al Bush a la cultura australiana: pone en boca de Collins un vocabulario exquisito, de persona instruida, para narrar los asuntos cotidianos y triviales que vive. Pero sabe mantener, en el lenguaje de los personajes corrientes, más parecidos a Sancho Panza, el inglés australiano más inculto. Estos son quienes sostienen el realismo del Bush, quienes lo mantienen vivo y útil día a día y palmo a palmo.

Joseph Furphy supo escuchar atentamente los ecos de la cultura occidental en desarrollo en su país y construyó un Bush como lugar de baladas, historias populares, héroes, fantasmas y aventuras; un lugar donde conjurar los anhelos, los miedos y las frustraciones de la gente, y donde imaginar y construir imágenes y mundos de sanación personal: Furphy hizo del Bush una La Mancha para Australia.

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