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Unidos por la invención y la muerte

Una fuerza innovadora que llega hasta hoy

Lo de la muerte coincidente de Shakespeare y Cervantes es más un hallazgo afortunado para unificar la celebración anual de quienes no necesitan ya esa memoria postiza de los aniversarios que un dato fiable en dos biografías imprecisas, cuyos vacíos se llenan con más pericia ficcional que rigor investigador.

Ambos comparten el desafío de los clásicos.Exigen al lector de ahora adaptarse a una escritura muy distante, ajena por completo a la construcción, los ritmos y el vocabulario del momento. La recompensa es el acceso a esos caracteres universales que proporcionan a nuestro conocer la sensación de que pisa tierra firme, que todavía quedan asideros en un entorno lleno de relativismo y ambigüedad. Aceptamos con tanta naturalidad que en lo cervantino y lo shakesperiano hay algo que se sobrepone al transcurrir del tiempo que olvidamos que lo que ahora tomamos por esencial atravesó por períodos sombríos de olvido, de los que salieron revitalizados gracias a esa plasticidad que proporciona al lector la impresión de que, aunque con un lenguaje diferente, le están hablando de su época.

Pero lo que de verdad comparten los dos, más allá de las coicidencias biográficas, es el logro de que después de ellos nada fuera igual en el mundo de las letras. En el título de su libro ya canónico, Harold Bloom atribuye a Shakespeare "la invención de lo humano". "Lo que inventa Shakespeare son maneras de representar los cambios humanos, alteraciones causada no sólo por defectos y decaimientos sino efectuadas también por la voluntad", explica Bloom. En ese término "invención", que parece más aplicable a algún tipo de innovación en el ámbito de lo físico, se materializa la "fuerza cognitiva" de un autor que "pensó de manera más abarcadora y original que ningún otro escritor".

En Shakespeare hay un salto intelectual de la misma potencia del que da Cervantes al conseguir un nuevo artefacto literario, inclasificable, cuya fuerza interna se prolonga hasta hoy, cuando chocamos con libros de género impreciso, cuya frontera difusa no hace más que mantener el vigor original de la novela. Pero el artefacto cervantino tiene además un potencial extraliterario que se escapa a los teóricos. "Los cervantistas se centran en el texto y obvian el contexto de un libro que trasciende con mucho los márgenes de la literatura y que hace tiempo que devino seña de identidad y razón de ser para una parte extensa de la meseta sur ibérica", constata Sergio del Molino en La España vacía (Viaje por un país que nunca fue). En ese libro, que tiene algo de prolongación ensayística de ciertos afanes cervantinos, su autor certifica que "los habitantes de la España vacía necesitan una confirmación continua y actualizada de sus mitos", que no son otros que los que fija el Quijote.

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