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La Segunda República y el Cuarto Poder

Ramón J. Sender relata los sucesos de Casas Viejas, el principio del fin del Gobierno de Azaña

Guardias civiles y periodistas, ante los cadáveres de las víctimas.

Visto con la distancia que proporciona el tiempo, habría que conceder que la Segunda República duró muy poco, exactamente lo que aguantó el segundo Gobierno de Manuel Azaña (de diciembre de 1931 a septiembre de 1933). Al puñado de burgueses que pusieron sobre el papel un país nuevo, más democrático y más justo, se les pidió además que, en pocos meses -la reforma agraria se aprobó en septiembre de 1932-, revirtieran los problemas seculares y endémicos que padecía España. La falta de paciencia de los de abajo, hartos de pasar hambre y azuzados por la gimnasia revolucionaria que defendían dirigentes anarquistas como Juan García Oliver, y los intereses de los de arriba -ese tridente letal que componían los terratenientes, el clero y el ejército- dieron al traste con una moderna y renovadora idea de Estado que se demostró entusiastamente utópica para el momento.

El principio del fin de Azaña empezó en Casas Viejas, un pueblo de Cádiz. Allí, la noche del 10 de enero de 1933 tuvo lugar un levantamiento anarquista contra el Gobierno de la República. Se rindió el cuartel de la localidad y al día siguiente llegó una compañía de la Guardia de Asalto al mando del capitán Manuel Rojas. Se sofocó la revuelta tras una noche de disparos y muertos en torno a la casa del que se suponía uno de los cabecillas, llamado Curro Cruz y apodado Seisdedos. Los guardias incendiaron la casa y allí murieron acribillados y quedaron calcinados Seisdedos y varios miembros de su familia, pero no contento con esto, el capitán Rojas, al amanecer del día 12 de enero de 1933 mandó detener a un grupo de vecinos más y para dar un escarmiento fueron asesinados en el todavía humeante corral de la choza de Seisdedos. Azaña, desinformado y preso de esa despectiva flema algo british que lo caracterizaba, negó en principio los hechos: "En Casas Viejas, que sepamos, no ha ocurrido más que lo que tenía que ocurrir", pero como cuenta el periodista Tano Ramos en El caso Casas Viejas. Crónica de una insidia, pronto fue recabando más datos y rectificando.

Pocos días después de los acontecimientos el escritor Ramón J. Sender (1901 - 1982) se desplazó al lugar. Desde allí envió una serie de crónicas al diario anarquista "La Libertad". Las entregas fueron reunidas y publicadas en libro aquel mismo año de 1933 por la editorial Cénit con el título Casas Viejas"; y revisadas y aumentadas volvieron a publicarse al año siguiente -esta vez por Pueyo- con el título Viaje a la aldea del crimen. De esta segunda edición es de la que parte la que ahora saca Libros del Asteroide.

Las crónicas de Sender tuvieron tanto impacto que el propio Azaña llegó a pedir no creer en "relatos más o menos realistas". En el libro de conversaciones de Marcelino Peñuelas con Sender, se puede apreciar cierta jactancia de éste último por sus logros, pues afirmó: "La verdad es que una república que era capaz de hacer lo de Casas Viejas no podía sobrevivir". Pero no fue el Gobierno de la República el que cometió esa barbarie, sino un grupo de guardias capitaneados por el infame Manuel Rojas. Y la prensa de derechas y la de extrema izquierda jalearon los hechos y se los arrojaron injustamente a la cara al Gobierno, manipulando interesadamente unas muertes que a pocos importaron.

Ramón J. Sender realizó una reconstrucción documental con una indudable verdad: "Es cierta la miseria. Es verdad el hambre y el odio. Habría que asomarse a la gran ciudad indiferente y gritarlo". Supo observar y acertó en la parte social de la denuncia, pero falló a la hora de atribuir responsabilidades. Los culpables estaban del lado de quienes lo azuzaban -Ignacio Martínez de Pisón escribió que "La Libertad", el periódico para el que trabajaba Sender, pese a su ideario anarquista, lo pagaba Juan March- y no de los miembros del Gobierno de aquella república de intelectuales.

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