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Alabanza de la aldea

Jim Crace narra en Cosecha la vida en una arcadia asfixiante

Cosecha, la última novela de Jim Crace (St. Albans, 1946) publicada en España por Hoja de Lata comienza por hacerle un guiño a un clásico como Las uvas de la ira de John Steinbeck y termina evocando valores y modos de vida propios de las Geórgicas de Virgilio. La alusión al escritor norteamericano es hasta tal punto oportuna que muchas de las reflexiones que desliza el narrador de Las uvas de la ira podrían ser asumidas por el narrador y protagonista de Cosecha. Menos épico, pero más envolvente y asfixiante, Jim Crace comienza planteándonos la vida en una arcadia de tierras comunales, organizada feudalmente pero cuyos habitantes sólo sueñan con arados, bueyes, surcos y grano. En la rutina y en las exigencias de la naturaleza se basa su bienestar. El relato se generará, como siempre se genera, con la incursión de elementos extraños o ajenos al ambiente y estructura social creados. Si partimos del hecho de que toda novela es una alegoría, el camino más directo y resultón sería leer "Cosecha" en esa clave. Pero hacerlo restaría trascendencia a su dimensión política, pues, como Steinbeck hizo en su momento, cuando Crace decide construir una historia a partir de los efectos del progreso en el ser humano y del conflicto entre los intereses individuales y los intereses comunes, decide poner la política, es decir, las relaciones entre vecinos; entre propios y extraños, en primer plano. Bien avanzada la novela, en la página 203, el narrador: un tipo locuaz y reflexivo que se dice muchas cosas a sí mismo para decirlas a nosotros, se descuelga con el siguiente pensamiento: "Estamos acostumbrados a mirar a nuestro alrededor y ver lo que nos precedía y también lo que seguiría estando aquí después de nosotros. Ahora nos vemos obligados a contemplar los cambios que pronto acontecerán". Desde las primeras líneas, Cosecha es el reflejo de una voz discursiva y digresiva. La historia que se cuenta queda totalmente supeditada a su punto de vista, a su manera de narrar dilatada, exhaustiva, moral. El efecto de esta combinación es un tono premonitorio, profético pero humilde, si es que esta paradoja pudiera sostenerse. No sólo por sus escenarios y ubicaciones, la novela de Crace lleva más allá de lo puramente escenográfico su vínculo con la naturaleza. Asistimos a la descripción detallada de una vida rural que por una serie de circunstancias muy significativas ve amenazada su existencia. En la probabilidad de un cambio siempre medra la narración: la reacción de los amenazados, las artimañas de los agentes del cambio, las consecuencias de todo ello sobre una sociedad cerrada y fuertemente jerarquizada, donde cada uno tiene claro cuál es su papel.

"Lo que comienza con fuego termina con ceniza", se dice hacia el final de la novela. Una lapidaria expresión que resumiría la funesta deriva que a veces toma el progreso. Pero Crace no pretende adoctrinar ni ejemplarizar. Su vínculo es el vínculo con la raíz más esencial de todo escritor: contar una historia de manera única.

Las inquietudes ciudadanas, sean las que sean, de un autor no deberían dictar ni condicionar su relación con lo escrito. La relación debe ser de otra índole: operar a modo de instigación, de conflicto pero nunca a través de la sumisión.

En Cosecha no son pocas las cuestiones planteadas, pero nunca como exhortaciones o excepciones sino como parte activa de lo relatado: que lo real (o si se prefiere, lo experimentado) genere ficción. El miedo a los desconocidos y a lo desconocido, el tradicional debate civilización o barbarie, la endogamia de los grupos cerrados; la violencia como método para ejercer el poder; el patriarcado como coacción?

Walter Thirsk, el narrador, define el ámbito en el que viven como "una pánfila y perdida mancomunidad sierva del hábito, de la costumbre y la rutina, de la pérdida de tiempo, de la indolencia y de la lentitud". El retrato resultante es una provocación para las aspiraciones de la economía de mercado. La pérdida de tiempo, la lentitud? actitudes nocivas y contrarias al trasiego urbano. Porque lo que también palpita en lo dicho por Thirsk es la impronta de la vida en el campo. La naturaleza es el único "personaje" que ni se abandona ni se rinde, sopla con su aliento hasta el final. Las comunidades se crean, se destruyen, se reestablecen, pero la campiña, como se dice en Cosecha, "proveerá con sus inacabables excedentes durante el tiempo que me cueste encontrar otro lugar donde descansar y echar raíces". El ser humano, por su voracidad, es una amenaza constante para la naturaleza, cuya capacidad de resistencia es una continua lección de humildad para todos nosotros.

Comencé estas notas aludiendo al magisterio de Steinbeck y su novela Las uvas de la ira y con él quiero cerrarlas. Al principio de su libro, el narrador piensa en unos términos que podrían ser útiles para completar la lectura de Cosecha. La cita, aunque un poco larga, merece la pena: "Es curioso. Si un hombre tiene una pequeña propiedad, esa propiedad se transforma en él, en una parte de él y es como él. Si es dueño de una propiedad, aunque sólo sea para poder andar por ella, trabajarla, apenarse cuando no marcha bien y estar contento cuando la lluvia caiga sobre ella, esa propiedad es él y, de alguna manera, él es más grande porque la posee. Incluso si las cosas no le van bien él tiene la grandeza que le da su propiedad. Es así

Pero cuando un hombre tiene una propiedad que no ve, que no puede tocar con los dedos porque le falta tiempo, ni pisar porque no está allí, entonces la propiedad es el hombre. Él no puede ni hacer ni pensar lo que desea. La propiedad se apodera del hombre por ser más fuerte que él. Y él ya no es grande, sino pequeño. Tan sólo sus propiedades son grandes y él se convierte en el servidor de su propiedad. Esto es lo cierto, también".

Felicitar una vez más a los editores de Hoja de Lata por su propuesta, llena de rigor y buen gusto. Y destacar el trabajo del traductor de Pablo González-Nuevo. Excelente.

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