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Libros

Los esclavos y el empresario

La gran ola, el testimonio de los tiempos que corren de Daniel Ruiz García

Esta nueva novela del premiado escritor y periodista sevillano Daniel Ruiz García (1976) es un manual sobre cómo funcionan las organizaciones empresariales ahora mismo: a dentelladas secas y calientes, como prescribió Miguel Hernández. El que en ellas no corre vuela o se estrella contra el muro del despido y la humillación más miserable. Se traiciona para sobrevivir (léase la página 180), se pisa, se miente, y palabras como ética, moral, consideración o respeto son ya conceptos obsoletos que dan la risa. A producir más, a rendir más, a pillar la gran ola en beneficio de los de siempre y costumbre. Es, por lo tanto, un testimonio de los tiempos que corren contado mediante las puñaladas que se dispensan entre sí los curritos de una empresa con el fin de extirparles, a fuerza de nómina en el aire, cualquier resto de humanidad antigua que les quede. Para ello, el Poder pide ayuda a los "coaches" o "coachs" para que tales propósitos firmes se disfracen de rendimiento positivo, pensamiento positivo, proyecto vital positivo y siempre todo positivo. En La gran ola estos "oradores motivacionales", estos fulanos "European Coaching Institute Member", se personifican en Estabile, un tipo que resultará más turbio y taimado de lo que ya huele en su primera intervención ("le recordó instantáneamente a Paulo Coelho", comenta un personaje); manipulador, esbirro de quien paga bajo el manto del, insisto, todo positivo. Destroce vidas, no importan; pero hágalo con buenas palabras, mienta dulcemente, he ahí el lema de esta peste. Aunque, ojo tengan, ya se anuncia que ellos mismos están a la baja: "Ahora se lleva algo más agresivo y comercial. Las cosas se han puesto difíciles y no basta con vender felicidad. Hay que vender supervivencia de 'marine'. Algunos 'coaches' parecen entrenadores de 'Ironman'. Tíos locos que someten sus cuerpos a barbaridades, como correr por el desierto durante días, nadar muchos kilómetros, subir y bajar diez veces un rascacielos. Después enseñan las llagas, sus heridas, como trofesos de su sacrificio. Todo es lo mismo de siempre, exhibición y cristianismo" (pág. 216).

En la empresa Monsalves triunfarán desastres humanos como Riberita, que secuestra perros, los atontece con valium (29) y los devuelve a los dueños que ofrezcan recompensa. Su divisa es clara: "La suerte es una puta escurridiza. Y cuando se te cruza tienes que follártela". No es extraño, con currículo semejante, que le contrate el viejo empresario, angustiado ante el drama de la tercera generación: "Son niños que no han sufrido, niños que han encontrado todo el tinglado montado, a los que nunca exigimos ningún sacrificio. Vienen con la vida hecha, y en lugar de construir, hacen el camino contrario: se creen empresarios, se creen que tienen visión, que son capaces de mejorar lo que les dieron, pero en realidad están atrofiados y solo saben destruir" (47). Es lo que hay, conducir al subordinado a la nada interna, a que el calor que antes era "confortable" se convierta ahora en "desvencijado y podrido", como le ocurre al protagonista (aunque es más una novela coral) ante el dolor de su esposa, arrasada por "aquella abominable soledad de su pecho sano al que habían arrancado su gemelo" (40).

La lectura de La gran ola deja mal cuerpo: como la vida laboral misma. Es testimonial, combativa, literatura de denuncia (que se decía antes), realismo socialista (se decía). Y acaso alguien eche en falta más trabazón del conjunto, menos enumeración en lugar de más suma. Lo apunto como prejuicio lector mío, que todo el mundo tiene derecho a escribir como si los grandes maestros del XX no hubiesen existido. Solo faltaba.

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