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Cuatro años sin Kiker eran demasiados

Escribí una vez que sus inauguraciones eran una fiesta a la que nunca asistía; esta vez sí lo hizo y un gentío le dio prueba del afecto y la admiración de los que goza

"El gallu mariscón".

Por el mes era de mayo, cuando hace la calor..., comenzaba aquel poema, y era también en ese mes, u ocasionalmente en abril, cuando cada año, tan puntual como la primavera, llegaba Kiker para exponer en Van Dyck. Dice el texto que figura en el colorista impreso de esta muestra de ahora que llevaba cuatro años sin exponer, y cuatro años sin Kiker son demasiados para quienes desearíamos conservar tradiciones del arte asturiano que se van perdiendo a parecido ritmo que las galerías.

No hace exactamente cuatro años sino algo más de tres que Kiker no exponía, lo que para el caso viene a ser lo mismo y si lo cito es únicamente porque aquella última muestra, de abril del 2014, cuyo comentario titulé "El mejor grotech-art" de Kiker, tomando el nombre que Andrés Cillero dio a su propia obra, me pareció especialmente interesante. Citaré algo que escribí entonces y me parece adecuado reproducir ahora: "Esta es la mejor exposición de Kiker que recuerdo, quizá porque la ha preparado mejor, la obra de un artista que dibuja mejor que la mayoría, es un colorista admirable, y un maestro del collage, del ensamblaje y del arte objetual que maneja con la mayor eficacia todo tipo de técnicas y materias para transformar poética y lúdicamente la realidad, con sus morfologías descoyuntadas y la construida y barroca materialidad de sus metáforas plásticas".

De lo citado interesa resaltar sobre todo lo de "quizá por haberla preparado mejor" porque, por encima de la reconocida facilidad creativa del artista, pudimos ver entonces piezas de especial empeño sobre todo en los ensamblajes que ponían de manifiesto la admirable imaginería pictórico-escultórica de su personalísimo surreal-expresionismo, más irónico que onírico, en los territorios duchampianos, o rauschenbergianos de los combine-paintings.

Con este retorno vuelve Kiker a poner de manifiesto la maestría formal de su factura, su fantasía y libertad creativa y esa rara capacidad para reinventarse renovando planteamientos dibujísticos y compositivos y las ingeniosas hibridaciones de estilos y materias que caracterizan la pintura kikeriana, tan reconocible como inclasificable. Quizá podríamos esperar ahora que a todo eso para su próxima exposición, no es necesario que sea ya en la próxima primavera, goce del tiempo y la reflexión suficientes para empeñarse en la creación de alguna pieza que concretase con mayor calado y trascendencia lo mejor de todas las posibilidades de su capacidad creativa, como en el pasado en determinadas ocasiones ha sucedido, junto al habitual barroco, ecléctico y hedonista carrusel pictórico de su comedia del arte y de la vida. De cualquier manera, bienvenidas sean de nuevo sus exposiciones.

En una ocasión escribí que las exposiciones de Kiker eran una fiesta a la que él nunca asistía, en referencia a sus habituales disculpas, viajes a lugares más o menos lejanos, para no estar en las inauguraciones. Esta vez sí lo hizo y el gentío que se congregó con ese motivo y el afecto que le fue mostrado dan buena prueba de la popularidad, admiración y afecto de los que goza.

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