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Brossa y García Marina, en diálogo en el Museo Barjola

El Museo Barjola inaugurará mañana Dialo2, una aguda exposición en la que entran en fértil relación obras del fallecido poeta y artista barcelonés con las del fotógrafo gijonés

Brossa y García Marina, en diálogo en el Museo Barjola

Joan Brossa, el oceánico poeta capaz de escribir sucesivas tiradas de arduas sextinas medievales o de imaginar la más depurada síntesis a partir de la asombrosa relación de unas pocas letras del abecedario o de cualquier objeto cotidiano, no ocultó su alegría al conocer a Chema Madoz. El fotógrafo lo ha contado en algún sitio, creo que en un programa de televisión dedicado al gran artista catalán. Éste dijo, efusivo, que había tardado un montón de años en conocer a su "hermano". Una referencia explícita, acertada y propia de quien reconoce a alguien de su propia familia intelectual y sentimental pese a la notable diferencia de edad (Brossa nació en Barcelona en 1919, y Chema Madoz en Madrid, en 1958) y a las muy distintas condiciones biográficas de uno y otro, con la terrible Guerra Civil por el medio. Esa "hermandad" rige el libro conjunto Fotopoemario, una de esas cruciales reuniones de dos talentos que siguen la veta de oro.

Creo no equivocarme al afirmar que Brossa, fallecido en 1998, se expresaría en parecidos términos a los que usó con Madoz de conocer (de vez en cuando hay que jugar con el tiempo, el espacio y los encuentros interesantes) la obra de otro fotógrafo español, García de Marina. Este gijonés de 1975, autodidacta de prodigiosa evolución, comparte genealogía con esos otros dos artistas insólitos, líricos de la libertad significante y partidarios de esa forma de la belleza que Lautréamont vio en el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas.

Y estoy convencido, además, de que a Brossa le habría encantado un libro como Nimius. Poesía visual (2011-2015), en el que García de Marina agrupa algunas de esas insólitas imágenes en las que propone las audaces greguerías visuales que le han convertido, en apenas cinco años, en un fotógrafo aplaudido, elogiado y lo que es mejor, capaz de mantenernos en vilo poético con sus raras metáforas de lo cotidiano. Si Brossa fue un creador todoterreno, versátil, capaz de escribir una silva o un caligrama, poemas concretos o visuales, y reunir sus composiciones bajo un título como Poesía rasa, a García de Marina se le ha descrito como el "poeta de lo prosaico". Ambos comparten una infrecuente capacidad para levantar cosmovisiones complejas y perturbadoras desde un conceptualismo en el que los objetos, casi siempre humildes y cotidianos, empiezan a decir otras cosas gracias a las rupturas de sentido y a procedimientos tan consustanciales a la creación poética como el de la analogía.

Esto que digo queda demostrado en la propuesta Dialo2, o sea, un diálogo a dos en el que la conversación fluye desde ese lado del tiempo, el espacio y los encuentros interesantes a que nos hemos referido antes, para indicarnos un sentido profundo del arte: su capacidad para hacernos un poco más libres por la libertad misma con la que los signos y las cosas se entretejen y alían en busca de un sentido más puro y menos mezquino.

Es una de las lecciones que sacamos de estas imágenes de Brossa, personalísimo alquimista de todas las vanguardias y hacedor incomprendido durante décadas de una poesía expandida y transfronteriza (del teatro a las calles, de los poemas a los guiones de cine, de la página en blanco a la "performance"), en concurrencia con las de García de Marina. Lautréamont también se sentiría gozoso con esta consecuente mesa de disección en la que el viejo maestro y uno de sus "hermanos" de fe (de fe en las epifanías del arte) ponen el agudo muestrario de sus revelaciones.

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