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Sergio Pitol y el perfume que permanece

El mejor escritor centroeuropeo nacido en México vivió el tiempo literario en que la imaginación era un bien preciado

Sergio Pitol y el perfume que permanece

Sergio Pitol, el mejor escritor centroeuropeo nacido en México, nos dejó la pasada semana. Su obra, parafraseándolo en uno de sus libros más fascinantes, es el arte de todas las fugas. Abarca el cuento, el diario, la memoria, la crónica, el ensayo, la novela y la traducción. Apasionado por los autores decimonónicos rusos y por Gógol, además se preguntaba en una charla con su amigo Carlos Monsiváis, que Anagrama publicó en Una autobiografía soterrada (2011), si hoy existía algo comparable en el mundo a Dickens o Balzac, a Mann o Musil. Para llegar a su altura, los clásicos del presente y del futuro, decía, necesitan la muerte, unos meses, un par de años? Acto seguido citaba a los autores que él creía que iban a ser permanentes, "los que están pasando la prueba": el polaco Andrzej Kusniewic; el italiano Antonio Tabucchi; los ingleses E. M. Forster y Ford Madox Ford; el irlandés John Banville; el austriaco Thomas Bernhard; los argentinos Juan José Saer, César Aira y Ricardo Piglia; el chileno Roberto Bolaño; los norteamericanos William Faulkner y Saul Bellow, y añadía el nombre del francés Julien Gracq, que pasó décadas sin escribir. El tiempo en la gran literatura se detiene en la posteridad, como ocurrió con Borges, Gombrowizc, Reyes o Bruno Schulz, este último uno de sus permanentes "raros".

Llegué a creer alguna vez que el escritor y diplomático Sergio Pitol había emprendido un viaje a la inmortalidad. Seguía oyendo hablar de él, releía sus cosas y siempre encontraba algo nuevo en ellas. Habían caído García Márquez, Carlos Fuentes, Monsiváis, José Emilio Pacheco y Álvaro Mutis, y él continuaba. Incluso se había despedido Gracq, dos años antes de poder convertirse en centenario.Pitol fue un habitante de otro tiempo. Un tiempo en el que la imaginación era el bien más preciado. Mantuvo que, por muchos que fueran los escritos del odio, la letra impresa siempre conseguía inclinar la balanza hacia la luz y la generosidad. Mientras que otros instrumentos del hombre, y citaba a Borges, eran extensiones de su cuerpo, el libro, decía, es una extensión de la memoria y de la imaginación. " Don Quijote triunfará siempre sobre Mein Kampf", escribió en El Mago de Viena, uno de sus títulos más luminosos.

El escritor que murió en Xalapa siempre me pareció el equilibrio entre el clasicismo y la modernidad, la excentricidad y el orden, la realidad y la imaginación. El arte de la fuga, El viaje y El Mago de Viena son un compendio perfecto de esa suma literaria; sus cuentos permiten conciliar la trama de la ficción con la crónica, a veces hasta extremos delirantes que el lector de Pitol sabe agradecer. El proceso de escribir es para el escritor mexicano parte de su obra, está impreso al igual que sus ficciones. Embarcado en la idea de conciliar el vértigo público y la soledad del creador, si hay un ejemplo de vida literaria es el el suyo. No escribió más seguramente porque tuvo que compaginar el oficio de escritor con las obligaciones del lector y del editor frustrado. Jorge Herralde, uno de sus grandes amigos, le endosa en una de sus pitolianas el uniforme de aristócrata ruso, por un lado, y el de andaluz adoptivo, por otro. Para finalmente nombrarlo cónsul anagramático en Xalapa. Pendiente de divulgar autores interesantes desconocidos, el editor cuenta cómo gracias a Pitol supo de Boris Pilniak o de Ronald Firbank, o cómo le sugirió de entre los vivos a César Aira y Juan Villoro. Era siempre una sorpresa descorchando sus propias agitaciones. Villoro escribió de su maestro que vivía en barcos como un personaje de Conrad y que más tarde había continuado su trabajo en las aguas no siempre plácidas de la diplomacia. Los barcos y la diplomacia fueron, en cualquier caso, determinantes en su magnífica condición de bien pertrechado hombre de mundo.

Vuelvo a releer pasajes de las novelas del Tríptico de Carnaval, los cuentos de Nocturno de Bujara, luego retitulado Vals de Mefisto; su Trilogía de la Memoria, y siento la permanencia de Sergio Pitol. No se, ¿quién lo sabe?, cómo le irá en la posteridad, pero no importa: la posteridad es una puta que nos pilla a todos demasiado calvos.

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