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Animal en peligro de extinción

La ley de Carter, de Ted Lewis: diálogos trepidantes en un Londres hampón y melancólico

Durante unas navidades de finales de los años sesenta Jack Carter, duro, hierático y frío, tiene la misión de encontrar a Jimmy Swann, un antiguo compinche que ha decidido hacer un trato con la policía y está a punto de desembuchar todo lo que sabe. Esa es una muy mala noticia para Carter y para sus jefes -los gemelos Gerald y Les Fletcher- de modo que habrá que buscarlo e intentar sacarlo del agujero en que se encuentre. Para dar con él será necesario tomar unas cuantas copas, apretarles las clavijas a algunos pobres diablos, amedrentar a otros muchos, puede que cargarse a algunos peces gordos y, por el camino, realizar un par de saltos mortales en la cama de alguna aspirante a actriz, pero precisamente todas esas cosas se le dan de fábula a Jack Carter.

Precuela de Carter publicada en 1974, cuatro años después de aquella novela que dio fama al malogrado Ted Lewis (1940-1982) y cuya adaptación al cine hizo de Michael Caine la encarnación british del universo pulp, La ley de Carter cuenta con diálogos tan cortantes y brillantes como los de las mejores novelas del género negro:

"Les deja su vaso sobre la mesa y dice:

-Puede, pero no olvides que hay que encontrar a Swann esta semana. La semana que viene será demasiado tarde. Y cuando lo encuentres, nada de errores.

Me acerco a la puerta, la abro y antes de cerrarla le digo a Les:

-Yo no cometo errores. Como tener en nómina a Jimmy Swann".

Jack Carter es un animal con una inteligencia apreciablemente mayor que la de sus mafiosos jefes, una de esas mentes capaces de mover los hilos sin que se note demasiado, al tiempo que no duda en asegurarle a todo el que pregunta que los Fletcher no le cuentan nada de sus negocios y que él se limita a cobrar por su trabajo. Es un matón más temido que la peste, y una fama así no se consigue sacando a pasear al perro. Como le dice la insinuante Lesley: "Una vez fui al Museo de Historia Natural. Tenían esqueletos de cosas como tú. Solo que se extinguieron hace un millón de años". Únicamente tiene una debilidad, Audrey, la mujer de uno de sus jefes, pero eso es algo que solo Jack y ella conocen. Es famoso por no andarse con chiquitas y si en un negocio como el suyo le respetan es porque, como le hace saber a Peter el Holandés, está dispuesto a encargarse de cualquiera. No cabe duda de que se le da bien el lenguaje:

"-No quiero que tu entusiasmo por tu trabajo joda toda la operación. Lo que quiero decir es que si la cagas me encargaré de ti igual que me encargaría de Eddie o de cualquier otro.

-Jack -dice Peter-, tienes una manera encantadora de expresar las cosas. ¿Lo sabías?

-Siempre se me dio bien el lenguaje. O eso solía decirme mi antiguo profesor de lengua".

La ley de Carter no desmerece la obra maestra de Ted Lewis. Sus enredos entre policías corruptos y hampones sin ética, sus diálogos trepidantes, sus melancólicas descripciones de Londres y su alto voltaje noctámbulo pertenecen al cielo del universo noir.

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