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Escritor

Benzema, el desprendido

Las razones por las que el francés es uno de los jugadores más fascinantes del momento

Un apunte leído recientemente en los Carnets de Albert Camus me viene hoy a la cabeza al pensar en uno de los jugadores más fascinantes del momento, un jugador ligado a una ausencia que no es tal, solo espera: un jugador fantasmal. El apunte: "Escribir es desinteresarse." El jugador: Benzema, quien en su sueño de parecerse a Ronaldo incorporó del brasileño su forma de encarar y aquel golpeo con el que parecía intentar deshacerse de algo, y que, sin embargo, en lo espontáneo, donde uno es, me recuerda a Zidane, sobre todo en el control del balón o la manera en que el cuerpo acoge felizmente su peso, reencuentro y no doma. Benzema, elegante como un bostezo, fue desde siempre cuestionado por una grada que, confundiendo el ensimismamiento con la indolencia, le mostró frecuentemente su rechazo o, en el mejor de los casos, su recelo, olvidando con ello que la acción y la participación no son equiparables, que si en la bañera el agua se mueve aunque estemos quietos es porque seguimos vivos. No es pasividad ni apatía. Es lo propio creando la situación que te permita marcar la diferencia, volverte necesario. Benzema fluye por las inmediaciones del diez y, en lugar de asociarse, se relaciona, porque no busca más beneficio que la continuidad, la prolongación de su búsqueda. Luego, ya en el área, despreocupadamente, porque no es ahí donde necesita reconocerse en su reflejo ni justificarse ante sí mismo, anota: es su trabajo. Gonzalo, el más talentoso de todos los que hasta no hace mucho nos reuníamos en colegios y polideportivos para jugar pachangas por las que aguardábamos impacientemente toda la semana, se resistía como ningún otro a tirar a puerta y, cuando finalmente lo hacía, apartaba la vista, con un desdén honroso, y bajaba la cabeza. O nos miraba, a los que ese día éramos sus compañeros, culpándonos, con más tristeza que rabia, de la renuncia que se había visto obligado a hacer, como si su vergüenza fuese el precio a pagar por nuestra alegría. Desprendimiento es una palabra que alude a la acción de dar pero también a la de separarse. Por eso Benzema es el jugador más desprendido del mundo. Porque les ofrece a los demás lo que esperarían de cualquiera que no fuera él y ocupara su puesto a la vez que se aparta de ellos para ser fiel a su propia idea del juego. El ensimismamiento es la representación involuntaria del proceso. No significa "pendiente solo de mí" sino "más cerca, en marcha, camino de". Benzema, el desprendido, temido por el rival y discutido por su propia hinchada. Afortunadamente, el fútbol del francés se acabó imponiendo y en la grada la suspicacia (el pan de los que quieren pasar hambre) ha sido reemplazada por el reconocimiento unánime de una afición que ahora apoya y valora a un jugador a quien en la calle le suele acompañar un ruido que no todas las veces provoca. Desconfío de los himnos porque son emociones exigidas, sentimientos sin vínculo, exaltaciones de un vacío, lo opuesto a la música. Quien necesita ver en una bandera algo más que un trozo de tela en realidad le está pidiendo a la vida todo salvo eso. Estoy sereno y tranquilo, aseguraba el otro día el jugador en una entrevista emitida por el canal de televisión TF1 y, a través de esa redundancia, de esa doble afirmación, demandaba sin pretenderlo una serenidad o tranquilidad que solo da la impresión de encontrar en el campo. Benzema no llega; aparece. Y cuando lo hace ya nada es como antes, aunque para él solo entonces todo sea como tiene que ser, como estaba ya siendo, sin que nadie más lo supiera.

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