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De cabeza

Los desenlaces

Una comparativa entre las novelas policiacas y la trayectoria del Oviedo

Empeñado como estoy en explicarme esto del fútbol y del Oviedo a través de los libros y de la literatura, me veo en la situación de decidir qué tipo de lector soy: ese que desea acabar la novela cuanto antes para saber qué ocurre al final o ese otro que disfruta con la acción demorándose; con una trama llena de obstáculos, de imprevistos... Me imagino que, en muchas ocasiones, este segundo tipo de lector, más que disfrutar con el camino, lo que teme es que le decepcione la conclusión de la historia. Decía Borges, a propósito de las novelas policiacas, que, en ellas, la resolución del enigma casi nunca está a la altura del enigma planteado. Por lo pronto, eso es lo que creo que le pasa a la mayoría de los aficionados azules: temen que la resolución de la historia que planteó el Oviedo no esté a la altura de la proposición inicial y que se fue fraguando partido a partido. Recuerdo al Oviedo en el amistoso veraniego contra el Atlético de Madrid: parecía un joven entusiasta con ganas de comerse el mundo. Ahora parece un anciano sin ilusión y sin saber muy bien cómo ocupar las horas del día. Al menos sin saber muy bien cómo ocupar los noventa minutos que dura un encuentro. Ya sé que sólo con el entusiasmo no se ganan partidos. Pero tampoco con el gesto cansino del profesional resabiado. El entrenador y los jugadores, después de cada tropiezo, tratan de marcar un gol en el partido virtual de las declaraciones, pero es simplemente una manera de suavizar el tránsito de una amenaza a otra. Porque en términos literarios, nuestra liga cada vez se parece más a una novela de Stephen King o a un relato de Edgar Allan Poe. El partido virtual de las declaraciones suena a auto consuelo para la plantilla y a flagelo o humor negro para la afición.

Creo que a estas alturas del artículo ya me he decidido: prefiero ser un lector que conozca el desenlace cuanto antes. Sin tener mucha fe en lo que vaya a ocurrir: los finales sorpresa siempre suceden en el libro que lee el de al lado. Está muy mitificado el punto y final de una historia: a la larga no puede ser otra cosa que el cierre lógico y coherente con lo que ocurrió durante todo el relato. Vamos, que los finales no se escogen. A diferencia de los comienzos, que son responsabilidad estricta del escritor. Los desenlaces suceden, sobrevienen. Nos salvan o nos aplastan. También queda agarrarse al consuelo implícito en la pregunta del autor perplejo: ¿por qué los llaman finales si es cuando empieza todo?

Supongamos que existiera la posibilidad de minimizar un desenlace no deseado escogiendo aquél que más te gustara. Yo tengo preferencia por uno: el final de "El guardián entre el centeno" del norteamericano J. D. Salinger. Dice así:

"No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo".

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