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Euforia

Reflexiones ante el final de la temporada

El drama: todos tienen razón, escribió Peter Handke, quizá, por tanto, una jornada, la que cierra una temporada cuyos protagonistas quedan visiblemente contentos, o más bien, aliviados, sea algo muy alejado del drama, pero también algo a lo que no me atrevería a llamar su contrario. Los blancos llegaron al final con la posibilidad de conquistar un título que semanas atrás creían tener definitivamente lejos de su alcance. Los azulgranas conquistaron un título que ya creían ganado y podrían haber perdido. Los atléticos no se conforman con su hoy por hoy condición de candidatos, pero se sienten validados por ella. Y la Champions asoma: para satisfacer a unos más que a otros, sí, pero también para castigar por desigual. Qué vida, que lo que para unos puede ser la gloria para los otros puede ser un consuelo. Y que la derrota puede tener peores consecuencias para el que ya atesora diez copas que para el que no tiene ninguna. Quien más desea el éxito, tal vez esto lo explique, no siempre es quien más lo necesita. Pero eso, a estas alturas, todos lo sabemos. Eso y, retomando la Liga recién acabada, que una remontada, mientras se produce, proporciona a quien la lleva a cabo la oportunidad de habitar la cima que visualiza; que la diferencia entre un puente y un abismo es la consciencia de una posible caída. Que el futuro es una imagen, la nuestra, con el mundo al fondo. Que así debería ser siempre un final: lo que deja tras de sí un halo de justicia. Y que así debería ser siempre la justicia: lo que cuestiona y no lo que exige ser cuestionado.

Esto, lo anterior, respecto al sábado. El domingo la jornada ofrecía un único interés: la lucha por la permanencia (si hay alguna lucha que no tenga lugar por esa razón, y si hay alguna razón merecedora de ser llamada verdadera que no sea al mismo tiempo su propio objetivo), dejemos los maletines a un lado. Estamos hablando de sentimientos, no de emociones. De un balón. De jugadores. De su dependencia mutua. Porque, pese a quien pese, en el fútbol profesional, en principio, ningún campo es inclinado. A la vuelta del rastro, antes del comienzo de los partidos, mi novia, después de colgar junto a la ventana la planta que nos trajimos del Fontán y enseñándome la etiqueta que venía con ella, me dijo: ¿Sabes por qué me gusta? Porque se llama "Scoubidou". Yo sonreí, y mientras lo hacía, pasó a leerme los cuidados recomendados desde esa misma etiqueta: "Mucha luz, pero no directamente del sol." Nos fuimos. La tarde llamaba. Y volvimos. La calle, con los años, acaba cansando. Tuvimos tiempo de ver la segunda parte del Sporting-Villarreal. Yo no soy del Sporting, yo soy del Oviedo, pero eso es lo de menos ahora. Reclamamos euforia, cantan los imprescindibles "Elle Belga" en su maravilloso nuevo disco. Yo también. Qué aficionado, sea su equipo protagonista o secundario, no lo hace en realidad. Ningún ascenso es una permanencia, pero toda permanencia es un ascenso. Y a menudo se nos olvida.

No hay nada que dure mucho, ni siquiera las emociones, sobre todo las emociones, es lo que las diferencia, en parte, de los sentimientos. Por eso el aficionado sigue ahí, donde sea, en torno a su equipo: un pequeño grupo de gente que acoge a todo aquel con quien comparta una ilusión. Sin importar la categoría. Porque el aficionado siente que uno necesita saberse querido, pero unas veces lo necesita más que otras. Así, igual que un narrador siente que no se recrea un instante sino que se parte de él, que no se despierta una emoción sino que se vuelve hacia ella, que decirle a alguien "no va a pasar nada" es una forma de tranquilizarle pero también de prevenirle, que la luz vital, volviendo a mi novia y a nuestra planta, es siempre indirecta, que la palabra se debe a la voz y no la voz a la palabra, que se ha de leer como si se estuviera escribiendo y se ha de escribir como si se estuviese hablando, así, igual que un narrador siente todo esto y al finalizar una obra lo tiene en cuenta de cara a la obra posterior, del mismo modo, el aficionado, con la hierba todavía maltratada y ya vacío el estadio, en su cama, o en el sofá, o en el bar, o en cualquier parte, repasa la temporada recién concluida, enumerando para sí errores cometidos, aciertos que establecer como constantes, posibles altas, posibles bajas, posibles renovaciones. Y si lo hace, si hace todo esto, no es sólo porque el aficionado sea siempre el primero en empezar a jugar el siguiente partido, sino porque el aficionado es el único para quien la temporada nunca termina.

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