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La lotería y el reino de Mustang

Mientras aparco mi melancólico cuerpo en el aeropuerto de Barajas se me acerca un vendedor de lotería para ofrecerme un décimo. Le miro aún embotado del largo viaje (he sufrido "overbooking" con casi un día de espera en Doha) para darme cuenta de que estoy de vuelta. Le comento que la lotería me ha tocado tantas veces que no creo sea justo abusar de mi suerte. Me mira con ojos de incredulidad y guasa hasta percatarse de la veracidad de mi sentencia, al menos para mí.

Acabo de regresar de Nepal, concretamente del reino de Mustang, antaño prohibido territorio en el que se permitió por primera vez la entrada de un occidental a finales de los 70 del pasado siglo. Desde entonces son muchos los lugares emplazados en dicha zona que han permanecido ocultos a los indiscretos ojos de los extranjeros. Gracias a la ayuda de Liberbank y en colaboración con SOS Himalaya he sido testigo y depositario de experiencias propias de la Edad Media e incluso épocas anteriores en un área abierta al turismo sólo hace dos años. Creía conocer bien Nepal, pero compruebo que nunca dejará de sorprenderme. Visité pueblos remotos en los que no hay luz, ni agua, ni alcantarillado. Las gentes que los habitan no disponen de dinero, visten con pieles de animales (fundamentalmente procedentes del precioso y preciado yak) y sobreviven a siete días de viaje del dispensario médico más cercano. Una vez más he podido comprobar la "magia" de las medicinas occidentales en unos seres vírgenes de cualquier química. Pueden comer sólo una vez al día (no disponen para más): Dhal-Bat, una mezcla de arroz y puré de lenteja durante 365 días al año todas las jornadas de su vida. Los niños acuden a la escuela hasta los nueve años; después su único futuro es el del trabajo durísimo en el campo y la supervivencia del día a día, sin otra posibilidad. Están fuertes y sanos, pero cuando la enfermedad llama a sus puertas mata directamente sin trabas ni remedios posibles. Se muestran cautos y expectantes ante la extraña visita de un extranjero. Cuando toman conciencia de que uno solo quiere ayudar ofrecen toda aquella nada que poseen y, sobre todo, una infinita colección de sonrisas.

Y qué decir de las montañas, la mayoría vírgenes e inexploradas. Inmensa sorpresa. Se trata de un mundo por descubrir y escalar en el que he disfrutado como no lo hacía desde ya mucho tiempo atrás. Compruebo que la soledad en el Himalaya existe, sintiéndome feliz en la vivencia del instante presente.

¿Qué premio gordo es mayor que el haber nacido por aquí, en una sociedad que con sus imperfecciones es capaz de alejarnos de la pobreza absoluta, permitiéndonos el acceso a necesidades básicas? ¿Qué segundo premio supera la posibilidad de desarrollar sueños lejanos (lógicamente a través del camino del esfuerzo y el sacrificio; lo contrario sería injusto y aburrido) e intentar progresar en tus motivaciones? ¿Qué " cuponazo" mejora una asistencia sanitaria cercana y profesional? Sí, la lotería me ha tocado desde el primer día de mi vida, desde que piso el suelo cada jornada al levantarme. Y, sin embargo, mientras transito por el aeropuerto madrileño soy incapaz de vislumbrar una única sonrisa, por lo que a pesar de mis múltiples premiados boletos no puedo dejar de añorar las felices caras de aquellos "pobres" niños.

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