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Terapia contra el mal de altura

Pese a la igualdad con la campaña pasada hay algunas sensaciones diferentes que invitan al optimismo

El paralelismo es extremadamente llamativo. El Oviedo tiene a estas alturas los mismos puntos que el del año pasado. Sí, que aquel equipo que primero entrenó el bueno de Egea, y después el bisoño de Generelo. El mismo al que por estas fechas le entró la pájara y un tremendo mal de altura y se vino a bajo a plomo. Quedan siete partidos vitales para que la historia, que suele tender a repetirse según dicen los que saben del tema, no lo haga. Para tratar de dejar atrás los fantasmas del pasado y no tirar todo el trabajo de la temporada por la borda. Como ocurrió el año pasado.

Hay tiempo suficiente para demostrar que esa personalidad que el equipo demuestra ante sus aficionados en casa también puede tenerla más allá del Pajares. Para empezar, habrá que aguarle la fiesta a Carmelo del Pozo. Sumar contra el Levante tiene que ser una cuestión vital para seguir en la lucha por, al menos, intentar el asalto a la Primera División desde el play off. Llegan los partidos decisivos y todo se va apretando más y más. Hay cada vez más miedo por fallar y eso hace que haya cada vez más y más empates, y en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Por eso un desliz puede ser fatal, ya sea tanto en el Tartiere como fuera.

¿Sabrá el Oviedo llevar esa presión? Esa será la clave. Ver si el conjunto aguanta en el grupo de privilegiados o si Hierro se va a hacer un Generelo. Pese a la igualdad con la campaña pasada hay algunas sensaciones diferentes y que invitan al optimismo. Una es que el Carlos Tartiere ya no es una losa para los protagonistas. Todo lo contrario. El fracaso y el golpe del año pasado fue tremendamente duro y una de las lecciones que se ha aprendido es que debemos estar todos en el mismo barco. Los del prao, los del palco y los de la tribuna.

Otra de las sensaciones que difieren a las de la nefasta era de Generelo es que el Oviedo parece un equipo, y no aquello que acabó paseándose por los campos de la Segunda División española el año pasado. Ahora cualquier contratiempo o dificultad que se presenta durante un partido se asume con naturalidad, se afronta y se le hace frente. Salvo algunas excepciones fuera de casa. Un ejemplo de esto fue el partido del viernes (el clandestino) contra el Huesca, en el que el equipo recibió varios golpes, sobre todo en la segunda parte. A saber, una expulsión, un gol en contra y un penalti fallado, pero nunca se dio por vencido ni le perdió la cara al encuentro. Pudo incluso ganar a los oscenses, pese a las zancadillas.

Además, parece que fuera de casa comienza a darse otra vez una sensación diferente. No tan nefasta como hace ahora una vuelta, aunque lo de ganar ya es otra historia.

Esos son algunos de los datos positivos, pero hay otros que no invitan tanto al optimismo. Al equipo le falta aún dar un golpe sobre la mesa, ganar un partido fuera con contundencia podría ser una buena forma de decir "aquí estamos". Pero las jornadas pasan y pasan sin que eso llegue. Tampoco invitan al optimismo algunas de las decisiones de Hierro sobre el equipo. Cambios que hacen que el once se deshaga en defensa, como ocurrió en Lugo, o como sacar de los titulares a jugadores que, indiscutiblemente, le dan un plus al juego tanto de ataque como de defensa como es Diegui.

Con todo esto habrá que curarse el mal de altura.

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