Entre diez y quince minutos después del final del partido quedaban muy pocas personas en El Molinón, entre ellas los guardias de seguridad, que, uniformados y mirando hacia las desiertas gradas, permanecían en torno a todo el terreno de juego. En el fondo sur una cincuentena de los autodenominados ultras repetían a voz en grito una salmodia jeremiaca cuyo estribillo es "no te dejaré". En el otro fondo permanecían unos veinte seguidores del movimiento que reclama la dimisión del actual consejo del club, al que llama "directiva". Y fue entonces cuando por la boca del vestuario aparecieron los jugadores del Sporting. De toda la plantilla del Sporting, pues junto a los que habían jugado y aún no se habían cambiado de ropa, estaban otros vestidos de calle. Y los técnicos también. Y todos, con un paso entre tímido y cansino, se dirigieron hacia el fondo sur y allí, a unos veinte metros de los ultras, les aplaudieron, para luego, tras alguna vacilación, ser aplaudidos a su vez. El encuentro duró unos minutos. Luego los penitentes, pues tal lo parecían, dieron apesadumbrados la vuelta hacia el vestuario. Pero antes de enfilar la puerta, alguien del grupo reparó en el grupo del fondo norte e hizo señas a los demás de dirigirse hacia ellos. No se acercaron tanto, pero sí volvieron a aplaudir y, en respuesta, a recibir aplausos. Y luego, apesadumbrados, se retiraron definitivamente. Que uno sepa, ese acto de contrición es inédito en la larga historia del Sporting. Que haya sido selectivo lo convierte en incomprensible.