Empiezo anunciándoles que esta columna sobra. Para qué vamos a escribir los demás si ya lo escribió todo Enric González. Si ya nos susurró en mitad de alguna charla trivial sobre el Udinese todo lo importante. Un día empecé a leerle sobre Francesco Totti y acabé entendiendo que el fútbol, como la vida, son cuatro momentos brillantes aquí y allá. Dice Enric que el resto es solo un vago malestar pero que al menos en el fútbol, como en la vida, hay momentos que duran para siempre. El hincha es un amargado por definición. De vez en cuando, un plano general nos devuelve bufandas, tambores y jarana, pero cuando la cámara se acerca al detalle descubre un tipo insatisfecho. El Oviedo ganó el domingo en Tarragona entre la épica y el cuerpo me pedía escribir sobre nuestra defensa de circo porque yo también soy ese tipo de aficionado. Luego me acordé del maestro y pensé: mejor disfrutar del momento.

En el Nou Estadi, el Oviedo llegó a la meta con el alerón colgando, perdiendo una puerta, sin una rueda que salió volando, pero levantando los brazos. Últimamente les ha dado por ofrecer el fútbol a golpes de guitarra. Los de Anquela son una eyaculación inesperada. Como las canciones de Weezer: cuando parecen languidecer se vienen arriba como un enjambre de abejas salvajes.

Esta mañana mi hijo rompió un filtro de café que se me había caído al suelo. Cuando me agaché a recogerlo vi el cono de papel en su mano, atravesado sin oposición por su diminuto meñique, y pensé en Valentini, Cristian Fernández y compañía. Podría haber comenzado el artículo con esa imagen, pero ocurre que el Oviedo ha conseguido algo impensable en las últimas dos temporadas: emocionarme. El equipo regala momentos que no durarán para siempre, como los fogonazos que persigue Enric, pero que lo humanizan y sirven para seguir soñando.

Nos faltó intensidad. No ganamos los duelos. El equilibrio brilló por su ausencia. Tenemos que ser más contundentes. Cuando toca a lo defensivo, el fútbol está repleto de eufemismos útiles para poder mirarnos al espejo cuando regresamos a casa, bien de madrugada, trastabillando y con los bajos de la camisa por fuera. Los italianos en cambio, que han hecho de la defensa un arte, tienen una palabra preciosa para definir el momento que vive el Oviedo: agonismo. Un término malsonante para definir sentimientos horribles pero que, así son ellos, maestros del circunloquio con sentido, solo desprende virtudes cuando la abres. Agonista es Gatusso y agonismo manejarse con naturalidad en los sudores, el sufrimiento y el aguante. Agonismo es el Real Oviedo bajo esa espada de Damocles que es su escudo, peleando contra sí mismo para arrancar seis puntos sobre nueve. Aprendamos a disfrutar de ello.