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Entrenador de fútbol base

Optimismo

El lapso hasta finalizar la temporada puede ser el remedio para recuperar la mejor versión del equipo

Durante el último mes, mes y medio tal vez, de manera prácticamente semanal, hemos estado hablando en estas líneas sobre los problemas del Sporting. Incluso ganando, con la dificultad que eso entraña en una categoría como la actual, el equipo ha demostrado determinadas tendencias que podían presagiar la llegada de un momento así. Ese momento ha llegado y no es hora de lamentarse, sino de mirar adelante. Con optimismo.

La Real Academia define el optimismo como la tendencia a ver las cosas desde su lado más favorable. Diariamente el ser humano comete actos de un optimismo que roza lo imprudente. Optimismo es lavarme la cabeza con champú dos meses después de un trasplante de médula porque me han salido, aproximadamente, catorce pelos, pensando que si los trato con cariño puede que crezcan con más rapidez. Optimismo es ese amigo que, pese a encontrarse el parking vacío, da dos vueltas más para intentar dejar el coche delante de la puerta.

Tan cierto es que al Sporting se le han escapado ya los mejores aparcamientos como que cualquiera hubiera firmado esta situación allá por el mes de diciembre. No en vano, aún está disponible un buen lugar a la sombra donde aparcar el auto sportinguista.

Optimismo es pensar que lo realmente duro hubiera sido quedarse fuera del ascenso directo en la última jornada, con apenas tres días para digerir el golpe y encarar el playoff. Será misión de Baraja y su cuerpo técnico tocar la mente de los futbolistas durante estas semanas, cambiar el prisma y afrontar esos dos -cuatro- partidos más con la actitud con la que el jefe de la pandilla llama al restaurante media hora antes de cenar, a sabiendas de que no tendrá problemas para reservar su mesa.

Hace años que sigo un curioso ritual, casi litúrgico, a la hora de ver los partidos grandes. El protocolo habitual consiste en sentarse delante del televisor, al menos, una hora antes de que empiece el encuentro en cuestión, con la bandera del equipo al que apoye colocada cuidadosamente en la butaca. Pienso que, si la televisión me ve preocupado por ella, ella se encargará de mostrarme lo que yo quiero ver. Eso no es optimismo, eso es estupidez. Optimismo es pensar que el lapso que falta hasta finalizar la temporada regular puede ser el remedio perfecto para recuperar la mejor versión del equipo, prepararse de cara a lo que viene y que jugadores clave como Jony o Santos den el rendimiento de no hace tanto. Y es que, no hace tanto, en El Molinón se escuchaban conversaciones sobre qué día era el mejor para ascender. Hoy el chascarrillo es bien diferente. Ambos casos olvidaban que la Segunda División te imposibilita ver más allá de tus siguientes noventa minutos.

Años atrás tuve la suerte de entrevistar a un señor de bigote que parecía saber algo de esto. Casualmente, esa misma semana, aquel entrañable tipo del bigote sorprendió a todos en rueda de prensa con su curiosa frase sobre el Bayer Leverkusen y una mierda de Pilatos. Ahora que lo pienso, optimismo era aquel tipo. Sin duda, no cabe mejor ejemplo para un Sporting que aún está a tiempo de reservar mesa en el mejor restaurante del mundo.

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