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LNE FRANCISO GARCIA

Mal se le pone el ojo a la borrica

De la derrota con estrépito tras un desastroso primer tiempo a la ligera esperanza con el valioso gol de Jony

Mi padre, que como mi abuelo materno es hombre sentencioso y refranero, me manda un wasap a la finalización del primer envite de este maléfico play-off en Pucela. "Mal se le pone el ojo a la borrica", escribe el progenitor en la mensajería telefónica, y es su forma de expresar que el Sporting sale de Valladolid trasquilado. Y si no sale en ambulancia es gracias a un gol de pícaro de Jony en la segunda parte, que vale su peso en oro: no es lo mismo saltar a El Molinón con dos tantos de desventaja que con tres. Y con la estima del valor doble de la cosecha en campo contrario.

Hasta que Jony acertó con la puerta de Masip en el minuto 72, sobre la cabeza del sportinguismo pendía una espada castellana atada con una crin de caballo. El acero sigue ahí arriba, con amenaza de rebanar el gañote, pero al menos ahora, sirva de mísero consuelo, la lazada es con alambre.

Son imaginaciones del respetable más crítico, no del que resuelve las deficiencias del equipo con sesiones diarias del baño y masaje, o este Sporting regala minutos al rival con la dadivosidad con que Pedro Sánchez reparte carteras ministeriales. Volvió a ocurrir de nuevo, en el momento más inoportuno. Como en Zaragoza, en Tenerife o en Córdoba, la cuadrilla de Baraja entró al paseíllo cuando el morlaco ya se enseñoreaba del ruedo, con evidente intención de empitonar. Y así, mientras los de Baraja se ajustaban la taleguilla y miraban al tendido para localizar los asientos de la Mareona (bendita afición, cuyo sistema cardiovascular no merece los sobresaltos de este impropio final de temporada), el Valladolid le había propinado ya tres revolcones en menos de diez minutos, los que van del 28 al 37, en los que pudo quedar, ver veremos, sentenciada la eliminatoria. Otra vez apareció el Sporting de la fragilidad defensiva, de los errores de bulto, de los despistes que ocasionan un elevado coste. En el primer gol, el canterano Calero remató de cabeza más solo que Rajoy en su despedida. En el segundo, una falta estúpida de Carmona permitió a Hervías lucirse como lanzador con un disparo ajustado al palo derecho del cancerbero gallego. Y en el tercero, Calavera, al que convendría acompañar con urgencia a pasar el agua, hizo el trabajo que correspondía al delantero pucelano y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid se la coló a Mariño en propia puerta.

Por fortuna, el equipo salió del vestuario con otra actitud, con otro tono, con mayor tino. Discutió el cuero a los locales, que lo habían mantenido en exclusiva durante la primera parte, y se fue a buscar la portería rival aunque sin tocar a rebato, no fuera aún más doloroso el daño final.

El Sporting, timorato, salió a no perder y perdió, afortunadamente no con el estrépito que auguraba irse a la caseta con un tres a cero en contra. Cabe la duda de qué hubiera pasado de haber salido a ganar, lo que habrá de hacer, por lo civil o por lo penal, en feudo propio el próximo domingo. Ciertamente, mal se le pone el ojo a la borrica, como dice mi padre. Ojalá que no acabe este Sporting la temporada como el burro del aguador: cargado de agua y muerto de sed.

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