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Un libro y un fino pareo

El quebradero de cabeza que supone preparar el equipaje vacacional

Es ese tipo de desbordamiento. Como el que siente uno cuando ve esos capítulos de CSI o cualquier otra serie científico-médica, y empiezan a enlazar términos técnicos. Por lo menos dos páginas de guión que no entienden ni actores ni televidentes, pero que suena a importante, que es de lo que se trata, y a complicadísimo, que es lo que se pretende.

Conversaciones con réplicas incluidas, e incluso peleas, que finalizaban en el caso de House en un posible "caso de lupus", y en el caso de Anatomía de Grey, en un polvazo en el cuarto de médicos.

Así que sí, podríamos decir que ese tipo de desbordamiento. Una saturación tal, un colapso cerebral que solo se resuelve con una abrupta desconexión concretada en una mirada bovina al final del día. ¿Cuánto llevas? ¿Una hora? ¿una hora y media? ¿de verdad has podido invertir una hora y media de tu vida en esto? ¡Una hora y media que nadie, absolutamente nadie te va a devolver! Y por supuesto, una hora y media que nadie te va a agradecer.

Eso sin contar con la noche anterior, cuando las prendas y objetos que ahora miras de pie, encajados entre sí en un imposible tetris dentro de la maleta, eran solo una lista escrita a mano en el reverso de un ticket de la compra del Más y Más. Una larguísima lista que tú, mujer disciplinada y organizada, has tenido a bien escribir para que nada, absolutamente nada se te quede en el tintero, porque sí, ahora la urgencia es tu peor enemiga, y la improvisación solo un vago recuerdo de lo que fue otro tiempo.

Ahora que ya no eres tú, sino tú y tu prole y, lo que es peor, tu prole y sus millones de accesorios imprescindibles gracias a la vida moderna, ahora eres una autentica militar de las maletas; una teniente O'Neil de los equipajes. Aunque más que Demi Moore, quisieras ser Tom Cruise. Sí, Tom Cruise en Minority Report, ordenando en una pantalla virtual proyecciones de imágenes que ni pesan ni se estropean ni nada de nada. Así me gustaría a mí hacer el equipaje. Quitar, deshacer, desechar? pero sin tocar, sin tener que pensar, y elegir y descolgar de las perchas y doblar y redoblar. Sin tener que sacar los playeros, volver a meterlos, poner las chanclas mejor en paralelo que una sobre otra porque así ocupan menos. Sin tener que enrollar los vestidos para que no se arruguen, separar en el neceser los medicamentos del gel para que no se mojen. Sin tener que acordarme del cortaúñas, la pinza de depilar, el hilo dental, las gomas del pelo; las mías y las de guaja. Su esponja y la del pequeño. Los pijamas, el bañador, el bañador de repuesto. Los documentos. Las cartillas sanitarias. Las camisetas de tirantes por si hace mucho calor, las de media manga por si refresca. La chaquetina para la tarde, la sandalia de la playa y la de después, la del paseo. El gorro para que no se insolen. La crema factor 50. La nuestra de 30 (otro año que no volveremos morenos). Los pañales, los baberos, el termo, la bolsa térmica del termo, la bolsa para meter la bolsa térmica con el termo y los baberos. Los cargadores de los móviles, del ipad, de la cámara de fotos? Y sí, un libro -uno solo este año- que sé a ciencia cierta que no abriré pero que meteré de canto en el equipaje como símbolo de mi independencia y, sobre todo, como anhelo. El de que algún día ese libro y un fino pareo sean lo único de lo que tenga que acordarme de meter en la maleta.

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