La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Hinchas en trashumancia

Reflexión sobre el viaje perpetuo de los aficionados, tras la experiencia de acompañar a las peñas sportinguistas

Decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano que "mientras dura la misa pagana" que es el fútbol "el hincha es muchos" que acuden "en peregrinación hacia ese lugar donde pueden ver en carne y hueso a sus ángeles contra los demonios de turno" y, como jugador número doce, en caso de necesidad, soplarle vientos a la pelota, si es que ésta se duerme.

Quizás muchos de ustedes, como a mí me ocurre, pensaron que vivirían ajenos al fútbol y, al igual que yo, siguen sin tener el menor interés por desentrañar el misterio del fuera de juego. Sin embargo, tal vez la vida les haya metido esta fiesta pagana en casa y hayan terminado por admitir que su liturgia ejerce una potente fascinación aunque el juego en sí no les ejerza ninguna. A mí me sucede.

Acostumbrada ya, cuando toca, a una marea roja hacia El Molinón que, por lo que a mí respecta, empieza en mi casa, conmovida todavía por el éxtasis colectivo vivido en las horas posteriores al ascenso a Primera, sentía curiosidad por colarme en el periplo de la hinchada cuando toca jugar fuera. Después de acompañar a las peñas sportinguistas en su reciente viaje a San Sebastián, no me cabe duda: el hincha es el devoto, el peregrino del que hablaba Galeano, sí, pero también un trashumante que sale de un estadio y ya está camino del siguiente aunque en medio del viaje le coincida pasar por su casa y aparente hacer vida normal mientras rumia estrategias y puntos.

Objetivamente, ver al equipo fuera es una paliza. Alguien calculó la distancia entre asientos para que el viaje en autobús sea ya, de por sí, una penitencia que los hinchas aceptan sin un ay aunque todos bajen del bus con artrosis de rodilla y contractura cervical. En la carretera, en las áreas de descanso, desconocidos comparten a gritos mensajes de ánimo con el grupo de indumentaria rojiblanca. Algunos son aficionados que viajan en otras direcciones y envidian la expedición, otros son hinchas de equipos rivales que quieren que los nuestros den la paliza con la que ellos sueñan. Todo es alegría excitada.

Viajan parejas, padres y madres con niños, grupos de jóvenes, algunas personas solas arropadas por la identidad grupal. Al llegar a destino, se dispersan para vivir las horas previas cada cual a su manera; hay paseos, compras, bocata o restaurante, incluso misas. En esos recorridos, se tropiezan por grupos y se hacen señas cómplices, también reciben anónimas arengas en las barras de los bares o en la calle, desde ventanas o coches, como si ellos mismos fueran a salir al césped y se hiciera imprescindible ese conjuro.

Conforme se acerca el partido es más fácil, inevitable al final, el encuentro con hinchas contrarios. Hay alguna mirada de recelo pero, curiosamente, también una extraña alegría compartida, una comunión de quienes, muy en el fondo, se saben compadres, colaboradores necesarios, devotos hermanados por la religión del balón. Se oyen hasta deseos recíprocos de buena suerte.

Las gradas reservadas a los visitantes tienen el horizonte limitado y, según la portería que toque, el partido se ve o se intuye pero no importa. Las gargantas se rompen para que los jugadores escuchen, como describía Galeano, la música que ha de marcar su baile. De hecho, al final del encuentro y pase lo que pase, se acercan a sus aficionados a aplaudirles el esfuerzo. En realidad, se aplauden mutuamente, como entre iguales. Tienen tiempo de sobra, los hinchas visitantes han de salir los últimos y, una vez fuera, están las fuerzas de orden público para escoltarles o aislarles, como quiera entenderse, según el ánimo; hay quien da las gracias, hay quien se ofende. Mientras la adrenalina baja, a pie de autobús, análisis de jugadas, resultados de otros encuentros, cábalas, lamentos, exabruptos. Todos son entrenadores del Sporting. Si se va en relativo silencio, se vuelve en otro menos relativo, entregado al runrún de la radio en carrusel deportivo, breves diálogos de móvil, algún ronquido extemporáneo y risas flojas al fondo. Entrando en Gijón, el sueño que al fin has conciliado convertida en un tetris humano en un asiento asesino, se ve interrumpido por la información acerca del próximo viaje: A Coruña, 37 autobuses, conviene ser rápido en la reserva. Y el hincha que son muchos, sin haber terminado su viaje, inicia de cabeza el siguiente, aterido, agotado, melancólico? pero en íntima y sagrada plenitud.

Compartir el artículo

stats