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Miembro del Club Rotario de Gijón

Fernando García, el bien nunca perdido

Se nos ha ido un empresario ejemplar, rotario empedernido y jovellanista convencido

Decían los antiguos que los hombres sólo conocemos el bien cuando lo hemos perdido. Es cierto. Muchas veces es cierto. Pero en esta ocasión no lo es, al menos del todo, pues conocemos el bien ahora que lo hemos perdido y lo hemos conocido antes cuando lo teníamos entre nosotros. Él fue quien me puso en contacto con el club.

Hablo de nuestro compañero rotario Fernando García Álvarez. Recalco lo de rotario porque rotario fue y fue ejemplo para todos nosotros. Estuvo en el inicio del Club Rotario de Gijón y ayudó eficazmente al nacimiento del Club Rotario de Oviedo.

Pero no es la antigüedad lo que da prestigio a un rotario, ni siquiera los cargos que ocupó u ocupa, sino su dedicación y su servicio. Y aquí está la esencia del rotarismo de Fernando: su servicio, su constante disponibilidad y su ejercicio en el servir al club, a su profesión y a la comunidad. Uno de nosotros lo retrató así: "Químico eminente, empresario ejemplar, rotario empedernido, jovellanista convencido, hombre preocupado y ocupado en el futuro de nuestros jóvenes, alma máter en las reuniones, emprendedor, difícil de seguirle el ritmo en el trabajo y en sus caminatas con su grupo de montaña".

Fue un buen presidente del club, emprendedor y armonizador, cualidades que nunca perdió. Destacó su trabajo con la juventud participando activamente en la organización de dos campamentos internacionales y como Asistente del Gobernador para los clubes de Asturias y Cantabria en el entonces Distrito 2210 dejó recuerdo de su acción conciliadora.

La enfermedad limitó sus fuerzas pero no su entrega. Y casi al final se preocupó por entregar al club todo un importante material documental y gráfico por él acumulado.

Muchas cosas recordamos de él. Quiero fijarme en una solamente que le retrata sobremanera. Bien enfermo ya, consiguió hacer realidad el sueño de un niño enfermo terminal de cáncer: montar en globo, observar Gijón desde el aire, volar físicamente y no sólo con la imaginación y el sueño. Y así fue. Y pienso que, al mismo tiempo que el propio niño, gozó él de la consecución del vuelo y de la realización del sueño.

Se apagó suavemente, nos dijo Carmen, a quien uno a Fernando íntimamente, inseparablemente en este recuerdo de la plenitud de su vida profesional y rotaria.

Sé que Fernando asentirá lo que un escritor dejó dicho: "Vivir en los corazones que dejamos tras nosotros, eso no es morir". Y también lo que dejó escrito Cicerón: "La vida de los muertos está en la memoria de los vivos".

Verdaderamente Fernando García Álvarez vive y vivirá en nuestra memoria.

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