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Los árboles nos dejan ver el bosque

La mano artista de Fernando Fueyo llena Laboral de ejemplares arbóreos notables

Llega a Laboral, ciudad de la cultura, de la mano de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y del Departamento de árboles monumentales de la Diputación de Valencia la exposición "EnArbolar" en la que encontraremos, además de informaciones y emociones sobre los bosques, una magnífica y completa colección de árboles notables que el pintor Fernando Fueyo ha paseado con éxito de crítica y público por todo el país.

A diferencia del protagonista de "El barón rampante", ya saben la preciosa historia que cuenta Italo Calvino del niño que desafía a la acomodada sociedad de su tiempo y se sube a vivir a los árboles, el caso de Fueyo ha sucedido al revés: son los árboles los que se han subido al hombre, viven dentro de él y gobiernan su vida.

Fernando Fueyo lleva toda la vida cargando con esa extraordinaria historia personal que, parece ser, empezó y tuvo lugar en un encuentro fortuito con un grupo de árboles, castaños y robles por mayoría, que se encontró, siendo guaje, una mañana que su abuela le mandó a la Mañanga llanisca de Parres a recoger leña, hace ya de eso más de sesenta años.

Desde aquel día los árboles se le metieron en la cabeza y no le dejan en paz. Álvaro Cunqueiro que, dicho sea de paso lleva unos años que tampoco me deja en paz a mí, cuenta casos parecidos en su Galicia natal aunque no sean árboles, sino pájaros y aires, los que han anidado en las cabezas de algunos de los protagonistas de sus historias.

Antes que a Fueyo, a algunos asturianos ilustres vinculados al gusto por el campo y la naturaleza -como al propio Félix Rodríguez de la Fuente, al que se le metió la fauna ibérica al completo- también se les metieron cosas en la cabeza.

A Miguel Ángel García-Dori se le metieron los asturcones y las vacas del país; y a Alfredo Noval toda la avifauna que vuela por estos pagos. En todos los casos el comportamiento de los afectados es similar. Dedican todo su tiempo a contarnos las vidas de árboles, vacas o pájaros, del hombre y la tierra, que se les han instalado de huéspedes.

El caso de Fueyo tiene alguna diferencia con los anteriormente citados que raya lo prodigioso, sino fuera ya de por sí bastante el portento de que hablen por ti los árboles. Aunque parezca cosa de magia, o de locura, no lo es. Pero créanme cuando les digo que son ellos, los árboles, los que han enseñado a Fueyo a pintar. Tan pronto se pone el artista delante de un lienzo en blanco se altera el vecindario boscoso que le posee y montan una tremolina entre ellos pugnando por salir de su cabeza y estamparse en el papel. Fernando no hace nada. Su mano la dirige el olivo, el alcornoque o el cedro. Todo depende de quién haya sido el primero de ellos en abrir la puerta del cuartito del cerebro desde el que se manejan las emociones y el placer de crear.

La otra mano, la izquierda, la utiliza Fueyo para sujetar una copa de buen vino, que le acompaña siempre mientras pinta, y le envuelve en aromas de otoño, de barrica, de viñedos al sol y, sobre todo, de amistades. Cierra la atmósfera la radio. La emisora de música clásica de Radio 2 que, últimamente, deja algún hueco a Radio 3 y a un bosque que allí habita y para el que Fueyo dibuja, que no escribe, palabras.

Vayan a ver la exposición. Vayan pero están advertidos de los peligros que corren. Puede que se les metan a ustedes también los árboles en la cabeza y los vean a partir de entonces como ancianas encinas, cómo jóvenes acebos atrevidos y descarados que pinchan a los incautos, como distinguidas damas de la alta sociedad de los sauces, como bandoleros abedules, como sabios robles.

Vayan a la Laboral pero tengan cuidado. Como se les metan los árboles en la cabeza están perdidos. No tendrán remedio. Serán entonces ellos los que les gobiernen. Eso sí, a cambio les dejarán ver el bosque como no lo ha visto nunca antes ningún mortal. Los árboles se meterán en su casa y vivirán con ustedes para siempre. Si eso sucediera lo más probable es que abandonen sus acomodadas vivas para convertirse, como Fueyo, como Robert Graves, en adoradores de la diosa blanca y de la ribera del Duero. Quedan advertidos.

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