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Musicólogo | Crítica / Música

Strauss, el eterno retorno

Expresivo, dinámico y desenfadado, el concierto de Año Nuevo en el Jovellanos resultó un éxito

El primer día del año es ya oficialmente el día Strauss. Durante unas horas, las marchas y los valses de esta saga de compositores vieneses invaden primero los televisores de los hogares y luego los teatros de todas las ciudades. Es ya la banda sonora de año nuevo, más concreta y efímera que los villancicos, porque 24 horas después las partituras de estas obras vuelven a los archivos hasta el año siguiente. Así, el concierto de Año Nuevo es todo un ritual, una ceremonia cargada de protocolos y simbología que se ha ido forjando poco a poco desde su primera edición en 1939 en la Viena ocupada por el Tercer Reich.

Este año el Teatro Jovellanos ha optado por una experiencia de "revival"; la Orquesta Filarmónica de España fue la encargada de trasladarnos a aquel primer concierto de año nuevo interpretando el mismo programa de 1939. Un recital compuesto íntegramente por obras de Strauss (casi todas de Johann hijo) que contó con José Mª Íñigo como cicerone. Así, más que un simulacro, el concierto fue una suerte de visita museística, un viaje en el tiempo con las didácticas explicaciones y el anecdotario característico de un guía turístico.

El resultado fue más que satisfactorio, y aunque el concierto fue largo y monótono en cuanto al leguaje musical (lógico al tratarse de un monográfico de Strauss) la dinámica fue adecuada y la experiencia entretenida. Es verdad que no son obras muy exigentes: son piezas de pocos minutos, con melodías claras y simétricas y sin complicaciones armónicas ni tímbricas; lo que muchos no dudarían en calificar de "música ligera", pero precisamente en esta sencillez formal reside la dificultad de su interpretación. Cada detalle es importante y debe estar en su justa medida en el momento apropiado para que todo funcione y fluya como es debido. El director asturiano Mariano Rivas lo consiguió en todo momento, supo conducir a la orquesta con diligencia a través de una expresiva gestualidad con la que marcaba los tempos adecuados, los ritardos, las dinámicas; en definitiva, todo los elementos que dan vida a estas piezas.

De esta manera, la "Annen-Polka" que abrió el concierto sonó equilibrada, la "Marcha egipcia" logró evocar el orientalismo de la melodía, y la polka "Leichtes Blut" fue viva y vigorosa. Destacamos especialmente la interpretación de "El murciélago" por la carga de sentimiento, el empaste de la cuerda en la ejecución del tema y la fuerza expresiva que logró una orquesta que, a pesar de su breve trayectoria (fue creada en 2013), hizo un buen papel.

El tradicional carácter desenfadado de este concierto tuvo sus momentos en la interrupción del "Perpetum mobile" por parte de Íñigo y su intento fracasado de dirigir la orquesta, y, ya en las propinas, con el ritual de interrumpir el "Danubio Azul" nada más comenzar para brindar con la orquesta por el nuevo año. Las propinas son siempre las mismas desde 1958, el mencionado "Danubio" y, cómo no, la "Marcha Radetzky", la gran esperada de la noche y el momento álgido del público. Rivas tuvo que emplearse a fondo para mitigar el entusiasmo de los espectadores, que a la hora de dar las palmas tardaron en entrar en el juego de contrastes dinámicos, la regularidad del tempo y el pulso del compás binario. Sin embargo, tras los intentos fallidos iniciales, todo se encauzó por la senda adecuada y el final de la marcha fue grandioso. La ovación estaba servida.

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