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La crueldad que llevamos dentro

Sobre el trato que dan los líderes europeos a los refugiados

Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral. (Extracto basado en el infierno de Dante)

En la escena que se exporta de los campos de refugiados de los países europeos, la clave no está en las imágenes de desolación. Ni de padecimiento, ni en la fragilidad de los cuerpos, ni en los llantos de los niños, ni en las toses de los enfermos..., sino en las palabras de rabia contenidas para que la blasfemia obscena no se convierta en arma arrojadiza dirigida a la ruindad de los líderes políticos de los estados miembros de la Unión Europea cuando, de manera insultante, dicen actuar en nuestro nombre en la toma de decisiones arbitrarias e inhumanas para con los refugiados de la guerra sirios. No solo no les permito que en mi nombre traten así a los seres humanos, sino que les recuerdo que ser humano implica mucho más que ser cruel y malvado.

Nunca como ahora importan tan poco los derechos humanos a los líderes europeos que, primero, crean las guerras fuera de Europa y las condiciones adversas que fuerzan al exilio a cientos de miles de personas en busca de la esperanza europea, encontrando, a cambio, una acogida contaminada por la desesperanza y un cerco fronterizo de alambradas de espino y concertinas. Por lo tanto, los derechos humanos, los derechos más elementales de las personas se están asaltando a cambio de estratégicos intereses de calado inconfesable. Pero, además, estos mismos líderes europeos hacen peligrar a las propias instituciones. Es el caso de Naciones Unidas, el Consejo Europeo y la Corte Penal Internacional que con la excusa de la seguridad nacional y el blindaje de fronteras, están incumpliendo de manera sistemática el derecho internacional de asilo individual que asiste a los refugiados así como la más elemental prestación internacional de socorro que bien pudiera incurrir en delito penal.

Si ya de por sí los seres humanos tendemos a ser crueles desde niños no es de extrañar que de mayores nos persiga la crueldad y la apliquemos con dureza. Sobre todo en un ejercicio de poder soberbio hacia nuestros semejantes en acciones como la crisis de los refugiados y su devolución en caliente hacia Turquía. País que, por cierto, viola sin pudor los derechos humanos mientras busca influencias para ingresar en la Unión Europea. Devolución que no ofrece garantías ya que se va realizar en un caos de desorden brutal sin importarles que las vidas de estas personas corran peligro de perecer en el camino de retorno.

Si nos radiografiáramos, quizás nos sorprendería el comprobar que convivimos con el mal en nuestro cuerpo. Quizás, también nos sorprendería la capacidad que tenemos para ignorarlo. Si no ¿quién es capaz de ver como se ahogan niños en el Egeo y en el Mediterráneo y no sentir náuseas? ¿Quién no es propenso a recurrir a la asquerosa y maldita blasfemia para echar la rabia e impotencia fuera? De verdad, me cuesta creer que la humanidad pueda ser inmune a esto que está pasando

Hay estudios que indican que el ser humano es capaz de llevar el egoísmo del mal hasta el último extremo, incluida la barbarie y vidas humanas si ello lleva implícito obtener grandes o efímeros beneficios.

¿Todo lo que está pasando con los refugiados en general se lo ha de comer el silencio? Pues no. Crueles seríamos de permitirlo y muchísimo más que lo hagan en nuestro nombre. Cada vez debemos ser más gente en intentar cambiar la forma de las cosas.

En ese sentido, el director de cine Álvaro Longoria, en entrevista ofrecida a Amnistía Internacional, opinaba que "La educación y los derechos humanos son básicos. Cuanto más educados seamos, más capacidad tendremos de sostener y defender los principios éticos que nos harán humanos de verdad" ¿Seguimos estas reglas o, por el contrario, las quebrantamos?

Me encantaría que las palabras del citado director de cine sirvieran de reflexión e implemento para aprender a ser verdaderamente humanos.

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