El concierto se planteaba como un viaje a través del poder evocador de la música. Un viaje con direcciones opuestas estructuradas en las dos piezas que configuraron el programa. En la primera parte, el recorrido fue introspectivo, con la interpretación musical del compositor Henri Ditilleux de "Las flores del mal" de Baudelaire en el concierto para violonchelo "Tout un monde lointain?" (1970); mientras que en la segunda, la obra "Aus Italien" nos trasladaba a la visión de Richard Strauss de la Italia decimonónica con un lenguaje que avanzaba el poder narrativo y descriptivo del poema sinfónico.

Dos tipos de viajes con lenguajes bien distintos que comenzó con el simbolismo de Dutilleux en un concierto para violonchelo nada convencional en el que el solista, Johannes Moser, tuvo que emplearse a fondo llevando todo el peso de la obra en los cinco movimientos. Sin diálogos con la orquesta, sin intercambios temáticos ni pasajes definidos, este concierto rompe todas las convenciones y arranca con un solo de chelo en el que alterna notas tenidas con vibratos de carácter lírico y violentos glisandos y pizzicatos; todo ello con un ritmo libre y sobre colchones sutiles, por momentos imperceptibles, de cuerda en una orquesta que se mantuvo siempre en un segundo plano creando atmósferas y climas para el lucimiento del solista. Es una obra para sugestionar la escucha, llena de detalles y recursos interpretativos tanto técnicos como tímbricos que dan como resultado una amplia gama de colores. Un concierto difícil para todos los músicos que precisa un gran virtuosismo por parte del solista y una perfecta compenetración en la orquesta. La OSPA estuvo a la altura en todo momento, creando con todos los efectivos el clima adecuado para la expresión libre de Johannes Moser. La ovación fue intensa y entregada, y el chelista correspondió cambiando completamente de palo e interpretando un movimiento de la "Suite para chelo nº1" de Bach.

La segunda parte fue íntegra para la orquesta; el "Aus Italien" de Strauss muestra las grandes dotes de orquestador del compositor alemán y, a pesar de ser una obra de juventud, deja entrever por dónde discurrirán las armonías de su lenguaje. La plenitud orquestal del primer movimiento, "En el campo", llegó como un bálsamo tras la atonalidad de la primera parte: apacible, bucólico, con desarrollos temáticos y juegos de dinámica. Todo bien conducido por la batuta de Andrew Grams, que no bajó la intensidad en la dirección a pesar de que el desarrollo de esta obra fuera más convencional. La OSPA se maneja a la perfección en este tipo de obras sinfónicas con crescendos, cadencias bien preparadas; se inició con protagonismo de las maderas, pero el viento metal destacó claramente en "Entre las ruinas de Roma", y la calma que reinaba en toda la pieza se alteró con el estruendo de la percusión y los temas de aire popular de "Vida popular napolitana". Gustó mucho, el público supo leer la complementariedad del programa y agradeció la versatilidad de una orquesta que en esta temporada más que nunca está demostrando su capacidad para afrontar todo tipo de obras.