El primer sábado del mes de julio amaneció gris y lluvioso para desesperación de lugareños y visitantes que soñaban con un buen día de playa, condición, al parecer, reservada para el día de hoy. Los veranos gijoneses tienen estas cosas, que mientras más allá del Negrón los ciudadanos se asan, aquí hay que recurrir al paraguas y el chubasquero y se hace necesario poner de acuerdo a los niños sobre qué película ver para que la tarde se haga más corta y llevadera. Afirmar que los días grises en verano tienen su encanto puede ser intento provocativo, pero habrá que reconocer que es así porque la tradición nos los trae cada estío y conviene sacarles fruto, el que mejor apetezca. La defensa de los días grises tiene que ser condición previa para el gijonés que se resiste al exilio temporal en busca del sol, que suele estar cien o doscientos kilómetros al Sur, donde no se verá una nube en muchas semanas. El primer sábado de julio salió gris y lluvioso, ¿y qué?