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Celebración de la movilidad

Reflexión sobre un caso de maltrato animal que tuvo eco en la prensa internacional

Hace pocos días el Partido Animalista contra el Maltrato Animal (PACMA) denunciaba las becerradas en España con un vídeo difícil de soportar para la mayoría de las sensibilidades. También para los taurinos. Una cría de entre uno y dos años, aún sin destetar, es toreada por varios hombres de los que también recibe banderillas. El vídeo aparece acompañado de un texto que nos invita a no pasar por alto los detalles en las imágenes, es decir, aquello que conecta con su referente vivo: la infancia del animal se evidencia en sus movimientos inseguros, la falta de coordinación en sus patas, la incapacidad para la defensa o el ataque. Ni siquiera los pitones son grandes para defenderse y cae torpemente al suelo sin falta de mayor esfuerzo del vecino que la torea con ánimo festivo. Luego le clavan el estoque y la inmovilizan entre varios. A ellos no les vemos bien los rostros, calzan deportivas, visten bermudas, camisetas de manga corta. También son torpes y torpemente juegan al dolor y a la muerte sin trajes de luces, sin la elegancia del gesto recortado y la protección solemne del ritual de la tauromaquia.

El periódico inglés The Telegraph se hace eco y añade algo de información: en su página web, el ayuntamiento donde tuvieron lugar las "celebraciones" que retrata el vídeo se refiere al festival como "un completo éxito" y destaca "la valentía de los jóvenes locales" que tomaron parte. Como respuesta al escándalo, se tuercen algunos gestos y se construyen argumentos imposibles. No nos gusta aparecer de bárbaros frente a otros países, sobre todo frente a aquellos que nos hacen desplegar un sentimiento de inferioridad no siempre confeso. Comunicado de prensa: "Desde este ayuntamiento reiteramos nuestro rechazo absoluto hacia todo tipo de maltrato animal"; "Las becerradas locales son una tradición seria que se rige por unas normas y un reglamento"; "El vídeo no refleja la esencia del festejo popular"; "Mostramos nuestra repulsa hacia aquellos que intentan veladamente prohibir la tauromaquia mediante falaces argumentos en contra del maltrato animal".

En esta nerviosa y fallida cadena de argumentos podemos rastrear algunas ideas que merecen nuestro tiempo de reflexión. Empecemos con ésta: que el maltrato y la violencia no se miden desde el cuerpo que los sufre (el del becerro), ni siquiera desde la mirada de reconocimiento del dolor ajeno en los otros cuerpos que observan al sufriente (los nuestros). Son las "normas" y los "reglamentos", líneas sin carne que se escriben bajo un contexto y unos intereses determinados, a las que acudimos para decretar la veracidad del dolor. El discurso de defensa de los responsables en el ayuntamiento contiene lo imposible: a favor de la tauromaquia, pero en contra del maltrato animal. La moral de turno y la moda europea ya no nos permiten aceptar públicamente que somos una sociedad estructurada y educada en el machismo, el racismo, la homofobia y el maltrato de los animales no-(y sí) humanos. Sin embargo, nuestra cultura heredada, nuestras tradiciones -y por tanto nuestras prácticas- siguen conteniendo todo esto. Día tras día llevamos a cabo con nuestro ocio, placeres y sentido de pertenencia, gestos que mantienen dinámicas de maltrato hacia los otros. Pero no podemos reconocerlo en una conversación o, lo que es peor, no podemos reconocerlo silenciosa, interiormente; porque ya no está bien visto.

No aceptemos lo que está siendo porque "siempre" ha sido así. La cultura debe entenderse como los saberes en transformación de los pueblos en transformación. Nadie comienza y finaliza un viaje con los mismos objetos en la bolsa que carga, en idénticas condiciones. Sería un fracaso, como lo es el de nuestras sociedades obstinadas en repetir lo intolerable para poder seguir pareciéndose a sí mismas

Quizás usted, mientras lee esto, experimenta un rechazo frontal hacia mis palabras. Usted cree que está siendo juzgada o juzgado, siente su identidad en peligro, la identidad de los suyos y, ante la pérdida de sentido, cierra las puertas a cualquier negociación. Pero quizás, también, usted haya sentido en algún momento que los rituales y los gestos a los que siempre ha llamado ocio, y que son parte de su cultura, le dejaban de satisfacer. Puede que un día haya sido capaz de un nuevo sentimiento de compasión que le desplaza de las ideas que suele defender con la seguridad de lo aprendido desde la infancia. Voy a pedirle algo: abrace esa incoherencia, permítase esa libertad, y celébrese así: capaz de contradecir sus propios deseos del pasado, su propia educación. Hoy, en este ecosistema humano que tiene por rasgos distintivos la desigualdad y el control destructivo de los recursos, la única esperanza de una mejor vida para todas las personas es la flexibilidad de cada una de nosotras. Donde fui, ahora no soy, porque he comprendido.

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