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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

El cartel de la risa

Acerca de organismos oficiales que se comportan como cofradías guardianas de las buenas costumbres

Después de veinte años en el mismo escaparate en el barrio del Carmen de esta nuestra populosa villa marinera, el cartel de Cubiella se ha hecho famoso gracias a una torpeza burocrática de un organismo del Gobierno del Principado: el Instituto Asturiano de la Mujer. Si hubiera sido otro organismo cualquiera el productor del desmán, hubieran corrido los ríos de los reproches o de las risas, pero al tratarse de algo que toca, bien que colateralmente, al asunto del tratamiento de la mujer, se coge con pinzas y casi nadie se atreve a decir que la petición del burócrata de turno denota un alto grado de tontuna administrativa. Sí, se da la noticia den los medios de comunicación, pero con mucho cuidado porque se corre el peligro de que una miríada de furibundas organizaciones salten como movidas por un resorte en contra de quien ose criticar la tremenda y jocosa metedura de pata.

La comunicación administrativa al establecimiento comercial tiene toda la pinta de un antiguo oficio inquisitorial. Ha surgido, al parecer, una nueva oficina regional que vela por las buenas costumbres de lo políticamente correcto. Tendría que estar la modelo de la foto que representa a una gimnasta con un aro ataviada con un "burka", ¿o eso también tendría que estar fuera de la exhibición pública? En todo caso, ¿cuál cree el Instituto de la Mujer asturiano que ha de ser la vestimenta correcta y cuántos los centímetros de piel de señora que se pueden mostrar en un cartel comercial? Por lo que se ve, hay entidades oficiales, a las que se les supone que deben actuar con equilibrio y ponderación, susceptibles de convertirse en peligrosos órganos que pretenden inmiscuirse en las libertades de los demás sin distinguir hasta dónde ha de llegar el ámbito del intervencionismo público.

En fin, que la pudibunda actuación del instituto que ha de velar por la igualdad y bienestar de las mujeres se parece más a la de una pacata cofradía de marías de los sagrarios que a las de una oficina perteneciente a una administración pública neutra que no se inmiscuya en el ámbito privado, máxime cuando ni tan siquiera se puede aplicar la afilada y resbaladiza figura del escándalo público. No. Esta vez, un organismo como el Instituto Asturiano de la Mujer que tan buenos servicios ha rendido a la comunidad ha cometido una equivocación de las que son capaces de ensombrecer años de excelentes y probas acciones en pro de la sociedad en su conjunto y de las mujeres, sobre todo de aquellas en estado de mayor fragilidad, por lo que cabe una pública rectificación acorde con la atolondrada actuación.

Aquí en nuestro pueblo, se sigue persistiendo en el error: si por verano ya se convino que la utilización del solarón de las vías para organizar fiestorros era un error, los responsables de los circenses locales ya tienen previsto instalar para las navidades una pista de patinaje sobre hielo y alguna que otra atracción. En un lugar destinado a ser edificado no conviene darle otro tipo de utilidades porque los del público nos acostumbramos y luego nos sobran los edificios y armamos un cisco cuando llegan las excavadoras, las grúas, los camiones con ladrillos y las hormigoneras. Pero las buenas gentes de Divertia insisten y retozan cual tiernas criaturillas entre sus equivocaciones. A la vez, dejan al descubierto su espíritu cortoplacista y se aplican con fruición al viejo principio del "después de mí, el diluvio", con lo que demuestran, una vez más, el poco sentido de ciudad del grupo de mandamases foristas con su caritativa cirujana al frente. Lo más probable es que, dado su céntrico emplazamiento y rodeada de paradas de autobuses, la ubicación sea un éxito por la afluencia de público. Y es probablemente que los responsables de los festejos se froten las manos, terminado el periodo vacacional y, con los números en la mano nos vengan a contar lo acertado de su decisión. Pero habrán demostrado también que han olvidado el viejo principio de que, en el gobierno de las empresas humanas, no siempre lo bueno es lo conveniente.

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