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Honores antisistema

Nobel o "Princesa de Asturias", el valor de los galardones está en el mensaje de los premiados

Bob Dylan no le coge el teléfono a la academia de los premios Nobel y eso está feíto -en casa tienen que habérselo explicado de niño, seguro- pero qué no perdonarle a quien ha puesto voz a nuestros tiempos de amor y desamor, plenitud vital, preguntas existenciales y otras honduras del vivir; y ello desde la bohemia alternativa que consiste en crearse un oasis de confort en medio del huracán íntimo y perenne de inconformismo con todo, hasta con el careto que devuelve por las mañanas el espejo.

Nosotros en España estamos más hechos al alternativo educadito tipo Joan Manuel Serrat, el cual nos canta la vida y sus dolores igual de divinamente -o incluso mejor- y nunca dejaría un teléfono sonando. Debe ser un tic residual del franquismo pero a la mayoría aquí nos resultaría insoportable, más aún sabiendo que al otro lado está el empaque plúmbeo de la Academia sueca; estamos muy enseñados en el respeto a todo aquello que emane autoridad. Así nos va como nos va, haciendo bises electorales y sin gobierno.

El amigo Bob ya nos había plantado a los asturianos en 2007 aunque entonces escribió unas líneas amables -salvadoras de la honrilla astur- en las que venía a decir que no tenía hueco para ceremonias pero reconocía el prestigio del Príncipe de Asturias de las Artes. Quiero pensar que hará esta vez lo mismo pero, hasta que el email llegue a Estocolmo, admito que me produce cierto regusto provinciano saber que nosotros al menos obtuvimos unas sílabas de cortesía donde los suecos sólo han cosechado silencio. Y que aquella vez, por cierto, también le marcamos el camino a los nórdicos, como ya ocurriera con Günter Grass, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, Mandela y De Klerk, Arafat y Rabin?

Tengo claro que los premios de cualquier índole son injustos por definición, que dejan un universo por reconocer cada vez que emiten un fallo. También asumo que se prestigian con la reputación de quienes se enorgullecen por recibirlos en una artimaña impúdica de transferencia que sin embargo es tan bella como lo fue la impactante subida al escenario del Campoamor de la diosa activista Liz Taylor o las miraditas arrobadas de Arafat y Rabin en aquellos tiempos para la utopía.

En aquellas ocasiones no se apreciaba en los aledaños del coliseo ovetense más que gentes aplaudiendo a rabiar; hoy ya es otra cosa. Hartos, decepcionados, empobrecidos, descreídos, estafados y deprimidos como nos sentimos, cómo no entender a quienes sacan la pancarta contra esos oropeles. Les tildarán de antisistema, que es el adjetivo con el que se intenta desacreditar el enfado social cuando no se sabe qué rayos hacer con él. No se es antisistema si a lo que se aspira es a un sistema justo pero, si así fuera, entonces dentro del Campoamor los discursos son una auténtica apología antisistema.

Procuro no perderme ninguna ceremonia, presencialmente o retransmitidas por televisión, asisto a homenajes o conferencias de los galardonados, leo sus entrevistas? Esta vez he vuelto a hacerlo y, de nuevo, he ido entresacando razones para la esperanza al tiempo que me reconcilio con el ser humano. Me emociona cuando ocurre y, a modo de ejemplo para esta reflexión, rescato de entre las muchas posibles las palabras de la periodista congoleña Caddy Adzuba, premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2014, cuando en su discurso pidió cuentas a las empresas internacionales que, por ambición económica -extraer coltán para los dispositivos móviles, alimentar la industria armamentística- financian el horror y contribuyen a asolar el país africano, arrebatando la vida a seis millones de personas y la dignidad a medio millón de mujeres violadas y mutiladas.

Yo creo que a Dylan le hubiera inspirado un buen puñado de versos el mensaje de la africana y quizás hubiera celebrado íntimamente el esfuerzo hecho por asistir. Es sólo una fantasía, ambos no habrían coincidido en el tiempo, pero hubiera sido con otros. Nosotros coincidimos con todos.

Así que entre los antisistema de fuera, los de dentro y los que directamente se saltan -por raritos antisistema- estos protocolos, están quienes tienen el poder que les hemos otorgado y la responsabilidad de cambiar el rumbo de esta nave. Y no pueden eludirla tratando de pensar en otra cosa, al final del día, mientras ponen a Serrat o a Dylan en su lista de reproducción.

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