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Estadística

Sobre un caso de violencia entre una pareja de chicas jóvenes que viajaban en un autobús

Me cuentan el caso de dos chicas, ambas de unos veinticinco años de edad, que discuten en el autobús de vuelta a casa. Tratan algún tema de tipo doméstico, para terminar alzando la voz y la amenaza de una sobre la otra. Se entiende que son pareja. Una de ellas dice que lo que más le duele no es que le haya pegado -tenía marcas en su mejilla y en su cuello- sino la forma en que lo había hecho, despreciándola. La presunta agresora se defiende con un posible engaño: la persona que más quería se ha estado escribiendo con otra a sus espaldas. Todo termina con un silbido de atención, de alguien a quien se ha molestado mientras leía un libro o escribía en el móvil.

Cuando nada más comenzar el año ya teníamos el primer caso de violencia de género -ocurrió el 1 de enero, a las 22.00 horas- también arrancamos con la mutación del daño. Porque en nuestra conversación hay que atender a dos cuestiones fundamentales. La primera resalta que lo más importante, ahora, no es tanto el acto de agresión en sí como la forma en que se produce. Como si golpear a una persona pudiera darse de un modo razonable y elocuente. La segunda tiene que ver con la edad de las chicas, y si se quiere, su sexo. Para quien piense que este tipo de violencia es específica del género masculino, aquí tiene la evidencia de su error. Para quien sueñe con que estas cuestiones pertenecen a épocas pretéritas, la estadística vuelve a tomar carta en el asunto, desde el 1 de enero de 2017, a las 22.00 horas.

Me cuentan que finalmente alguien intervino. Que alguien se acercó a ellas y soltó un buen discurso sobre la libertad y la autoestima. Que las amenazó con una posible denuncia y sugirió ayuda especializada. Para cuando hubo terminado, la presunta agredida ya había cruzado su mano con la de la presunta agresora, la había mirado a los ojos y pulsado el botón de "Parada solicitada". Las vieron desde el otro lado del cristal, cogidas de la mano, ya en la calle. Mientras, la persona que me cuenta todo esto dice tener la sensación de haberse obligado a algo más, y al mismo tiempo, de sentirse incapaz de hacer nada. De que lo público, en este aspecto, aún no había domesticado lo privado. De haber perdido la batalla. Mientras, la estadística continúa.

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