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Crítica | Musicólogo

Alberto Cortez: la voz de la historia sentimental

El cantante argentino repasa su trayectoria en un concierto cargado de nostalgia

En esto de la música, hay nombres que encierran todo un mundo de significados; cuando hace unas semanas vi que Alberto Cortez actuaría en enero en el Teatro Jovellanos no pude por menos que extrañarme de que esta figura de la canción argentina siguiera en activo, y no de forma esporádica, sino girando por los teatros de todo el país. No lo daba por muerto (el propio Cortez bromeaba el pasado viernes con que más de una vez lo han matado en los medios de comunicación), pero sí le hacía viviendo un retiro tranquilo lejos de los escenarios.

El argentino es un cantante de vocación, de esos que vive su profesión con entrega y encuentra en el aplauso del público la fuerza para seguir recorriendo ciudades a pesar de los achaques de la edad. Se percibe que está cómodo en el escenario, como en el salón de su casa, y el oficio de tantos años hace que siga sacándole partido a su voz, manejando los tiempos de las canciones para imprimirles más sentimiento, variando las dinámicas y jugando con el recitado y la cantilación, porque Cortez puede pasar de un pasaje hablado a la plena voz sin inmutarse. Se defiende con soltura en los vibratos que sostienen las notas tenidas y la calidez de su timbre y su acento argentino intensifica la emoción de los versos hablados.

Fue algo más que un recital de piano y voz, porque el concierto tuvo mucho de nostalgia, tanto entre el público como en sus canciones, pero también de recorrido vital; canciones como "El abuelo" o "La casa familiar" parecen narrar pasajes de su propia vida, mientras que en otras como "Lupita" se cuentan historias de personajes cotidianos, vivencias y avatares con los que todos podemos empatizar. Cortez no canta a los grandes acontecimientos, sino a lo que Vázquez Montalbán denominaba la "historia sentimental", esa que no aparece en los libros ni en las estadísticas pero que dice mucho de nuestro tiempo, de nuestros valores, preocupaciones y aspiraciones. Una historia que se perdería si no fuera por artistas como Cortez, que además sabe recogerla e interpretarla en forma de canciones.

En su música convergen muchos estilos musicales, fruto de una trayectoria larga y prolífica; el aire de tango (o la "tanguez") en "Distancia", los patrones swingueados en "A partir de mañana" y, por supuesto, la balada y la canción de autor, donde podemos enmarcar el sentido homenaje a los tres Pablos (Neruda, Picasso y Casals) en "Eran tres" o la mordaz y satírica "Pequeño burgués", una canción que no pierde actualidad y que muestra el sentido del humor del argentino. Aún hubo tiempo para acordarse de Atahualpa Yupanqui entonando "Los ejes de mi carreta" y de la poeta y también cantautora María Elena Walsh con la irónica "Como la cigarra". La apoteosis llegó en la traca final, con "Castillos en el aire" y "Cuando un amigo se va", en la que Cortez acabó dejando a un lado el micrófono y cantando a pleno pulmón.

El Jovellanos le despedía en pie, y la ovación solo la pudo detener el cierre del telón, porque para entonces en artista y público solo mandaba la emoción.

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