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Manual de antiayuda

Todos conocemos a ese tipo de persona que vive en la tragedia. Si estamos enfermos, ella lo está más que nosotros; si necesitamos dinero, ella está en bancarrota; no le hables del trabajo, el amor o la amistad, porque la solución es no fiarse de nadie; si alguna vez te pregunta qué tal te encuentras, no te confíes: sólo quiere contarte su desgracia. Todos nos hemos cruzado con algún manual de antiayuda andante, hombres y mujeres tan tóxicos e inservibles como los manuales de autoayuda que compramos. Y lo peor no es eso: lo peor es que han invadido la política.

Siempre he huido de la convicción de que todo lo que concierne al gobierno va mal. Porque en la vida, como en el teatro, no existen los personajes planos. Vivimos de grises, que son los que alimentan y confunden nuestra esperanza. Por lo tanto, ni el político es un apátrida ni todo es tan bonito como lo pinta. De esto charlaba con una amiga, afiliada a un partido desde hace veinte años, a punto de borrarse. Dice estar harta de alianzas que todos predecimos, de que un bando tenga a la cúpula del partido y el otro al electorado, de lo complicado que es votar en unas primarias si vives lejos, de esa falta de unión y disimulo. "Mi partido -dice- se ha desmoronado. Por no decir de qué color son, se están quedando sin nadie". Pero retrocede, porque ha hecho una apuesta durante toda su vida y no puede terminar en fraude. "Lo triste es que siempre me quedo. Siempre digo que me voy y luego no hago nada. Porque es mejor cambiar las cosas desde dentro que salirte y vivir aislado". Así lleva veinte años, esperando.

Cualquier decisión que tomemos conlleva una contradicción, porque siempre nos estamos mintiendo. Sería tan zurdo gritar que todo es un desastre como echarse a un lado para que el problema se arregle solo. Que no haya que esperar, en definitiva, cinco años para que rebajen el IVA cultural; que no tenga que morir una ministra a sus cuarenta y seis para dedicarle algún elogio. En el término medio encontramos la virtud, según Aristóteles. O ni tanto ni tan calvo, que dice mi vecino.

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