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Chopin al jazz

Judith Jáuregui y Pepe Rivero enfrentan romanticismo y jazz con obras del compositor polaco

La idea era llamativa e interesante; "una verdadera fusión musical", "texturas clásicas, jazzísticas y latinas fundidas en una continua emoción", se decía. Así que uno esperaba al menos encontrar algo de fusión, algo de mezcla en la propuesta, y no una yuxtaposición de interpretaciones, primero tradicional y luego jazzística, durante todo el recital. Lamentablemente, fue lo que estructuró todo el concierto, que tuvo momentos brillantes, pero también altas dosis de aburrimiento ante el esquema convencional que los músicos adoptaron en cada pieza.

La sensación es la de estar ante una buena idea aún sin desarrollar, porque la separación entre ambos pianistas en el escenario, uno a cada lado y con los pianos enfrentados, era la misma que existía a la hora de buscar un entendimiento entre el lenguaje romántico que respira Chopin y la versión jazzística de su obra. Casi no hubo puntos de encuentro entre los músicos, no hubo diálogo, tampoco disputa por imponer uno u otro lenguaje en algún pasaje; el romanticismo y el jazz sonaban por turnos hasta el punto que ambos intérpretes casi habrían podido turnarse en un piano.

El concierto empezó con un medley de preludios de Chopin; Judith Jáuregui iniciaba las piezas a modo de "íncipit" y, a continuación, Pepe Rivero tomaba el tema principal para desarrollarlo por diferentes terrenos del jazz, a veces más swing, otras más hot y otras, como en el "Preludio nº 20", hacia un interesante jazz latino aletargado. La "Balada Op.23, nº1" discurrió de la misma manera, mientras que la "Mazurka Op.17, nº4" se transformó en bolero en su desarrollo jazzístico.

El lucimiento de ambos pianistas también se produjo por separado, aunque, eso sí, en una misma pieza que quedó fragmentada para la ocasión. Jáuregui dio rienda suelta a su virtuosismo en la primera parte del "Andante spianato", dando toda la delicadeza a las cascadas de notas y la emoción a la pieza con un buen manejo de los retardos. Por su parte, Rivero estuvo soberbio en la "Gran Polonesa Brillante", deconstruyendo el tema hasta su mínima expresión y mostrando un gran talento para desarrollar motivos con una intervención que puso a parte del público en pie.

En la propina sí que pudimos ver algo de interacción y diálogo, fue con "Jeunes filles au jardin", la última pieza de las "Escenas de niños" de Federico Mompou, una obra con numerosas disonancias y cargada de emoción que los músicos transmitieron. Los pianistas se entendieron y contrabajo y batería aportaron a la obra. Si lo visto en la propina hubiera gobernado el concierto habría sido espectacular.

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