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Barcelona, una ciudad inhóspita para sus habitantes

De la urbe bulliciosa y serena de la década de los sesenta al caos actual, donde reina la incomodidad

En mi condición de barcelonés nacido en el barrio de Sant Gervasi y criado más tarde en el barrio Gótico y el Ensanche, siempre he sentido un especial apego por mis raíces; aun cuando actualmente, tras llevar 40 años sin residir en la Ciudad Condal, confieso que me siento incómodo al visitarla y soy incapaz de reconocerla como parte de mi juventud por los innumerables cambios experimentados, algunos para bien y otros para mal.

Recuerdo una Barcelona bulliciosa pero serena, fiel a su historia y tradiciones donde, a pesar de abrirse al turismo en la década de 1960, los barceloneses se sentían integrados en su ciudad. Así, pasear por las Ramblas o el Paseo de Gracia era un auténtico placer; atravesar el barrio del Raval durante un sábado por la noche no implicaba riesgos para la integridad física sino que, como mucho, se podía presenciar el "ir y venir" del mercadeo del sexo, prohibido por aquel entonces, en el entorno de la calle Robador y, según la tradición, acudir de madrugada a la Barceloneta para bañarse tras celebrar una verbena de San Juan representaba el inicio de la temporada estival (si había finalizado el período de exámenes), encontrándonos con un humilde barrio de pescadores tan solo salpicado por algún foco de contrabando de tabaco.

Hoy día y debido a su apertura al mar después de las Olimpiadas de1992, Barcelona ha registrado un gran cambio, para bien, en su fisonomía y sus infraestructuras; pero, desde un punto de vista humano, la ciudad ha sufrido una progresiva degradación hasta el extremo de que ahora cuesta vincularla con su pasado.

En ese sentido y sin ánimo de caer en discursos xenófobos, Barcelona se ha convertido en una megápolis de etnias variopintas que están creando sus propios ghettos, como en el barrio del Raval, donde hablan su propio idioma y no muestran una clara voluntad de integración social. La mayoría de esas personas viven hacinadas en viejos inmuebles y pagan enormes cantidades por simples habitaciones subarrendadas o alquiladas a un propietario especulador que, previamente, habría desahuciado al inquilino existente por ser incapaz de pagar la subida del alquiler cuando vencía su contrato original.

Sin embargo, algunos de estos pisos permanecen vacíos fruto del pelotazo inmobiliario a la espera de una venta oportuna y, frecuentemente, son "okupados" por gentes nada recomendables que los convierten en "narcosalas" donde fluye sin freno la heroína, lo cual implica una inevitable degradación del barrio ¿Qué familia de bien se mudaría a un barrio de estas características pudiendo evitarlo?

A su vez, Barcelona se está entregando incondicionalmente a un turismo de categorías diversas dado que, mientras en las zonas nobles de la ciudad proliferan hoteles de 4 y 5 estrellas, en los barrios de Gracia, Pople Sec o de la Barceloneta proliferan los pisos "patera" ilegales dedicados a un turismo de baja calidad o borrachera; gestionados por agentes inmobiliarios que, exclusivamente, pretenden obtener suculentos ingresos en la temporada veraniega.

En ese sentido, el barrio de la Barceloneta es el más perjudicado, lo cual ha fomentado la masiva movilización de sus vecinos para reivindicar la habitabilidad del barrio ante la opinión pública; rechazando para sus calles un turismo representado por indeseables escenas, como las de jóvenes deambulando ebrios o en pleno desmadre sexual.

Evidentemente, el Ayuntamiento de Barcelona intenta solucionar el problema aunque, por el momento, con poco éxito por cuanto resulta un negocio muy lucrativo en manos de empresas o propietarios sin escrúpulos. Por consiguiente, sería preciso endurecer la normativa o las sanciones municipales ante su constante incumplimiento.

Por otro lado, Barcelona es una de las ciudades más caras de España, sea por el coste de la vivienda como por el gasto cotidiano de una familia media. Tras una estancia estival de dos meses, calculo que este coste de la vida es un veinte por ciento superior al de Gijón.

En relación al tráfico urbano, actualmente Barcelona padece uno de los más caóticos de la UE debido al desorbitado índice de motos circulantes y sus atrevidos adelantamientos en zig-zag sobre los coches. Por tanto, se precisan nervios de acero para circular por el centro de la ciudad en una hora punta, aun cuando muchos barceloneses confiesan estar ya acostumbrados a esa frenética convivencia entre el transporte público, coches, motos, bicicletas y patines. Personalmente, considero que los únicos días en que se circula con tranquilidad por la Ciudad Condal son los domingos del mes de agosto, debido a que la mayoría de barceloneses huyen del asfalto hacia las playas.

Si a lo dicho le añado el frenesí independentista exhibido por la C.U.P y sus acólitos de Junts per el Si, con su insensata política rupturista que fractura a los barceloneses por la mitad o recuerdo la tragedia del 17-A con la pérdida de 16 vidas inocentes, fruto de un cruel atentado terrorista islámico radical (que viví de cerca por coincidir con mi visita a Barcelona), me parece lógico el hecho de que muchos barceloneses opten por emigrar a municipios periféricos con una mejor calidad de vida.

En definitiva, me siento extraño en esta Barcelona tan inhóspita para sus moradores ya que no es la ciudad que recuerdo de mi juventud y me entristece saber que se pretenda convertirla en una ciudad-objeto del turismo que se venda o alquile al mejor postor.

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