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Mayoría simple

La visibilización de agresiones sexuales en la industria del cine incita a abrir los ojos a la realidad próxima y a la global

La mujeres somos mayoría simple en el mundo pero la otra mitad escasa del mismo viene dominando en lo colectivo y lo doméstico a diversa escala, desde la más opresiva a la sutil. Hay varias razones para que esto no haya quedado resuelto ni siquiera después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de constituciones, directivas, leyes y políticas específicas. Señalo dos: la inercia del poder en manos de los hombres retiene el poder en manos de los hombres y la contribución pasiva -o incluso activa- de mujeres para perpetuar por generaciones una injusticia que es transversal a todas las culturas y la más flagrante de la historia.

Asistimos a un goteo de denuncias públicas de mujeres artistas que han sido víctimas de agresiones sexuales por parte de productores o directores en ejercicio ejemplar del abuso de poder. Empezó en EE.UU., en el corazón de la industria del cine, donde hace tiempo algo se mueve, cansadas ellas de cobrar la mitad que ellos por igual trabajo. Ahora estalla esto. Esas mujeres magnéticas y poderosas fueron vejadas y han tenido que pasar años para que se atrevieran a confesarlo. Silencio por miedo y vergüenza de quienes lo tienen todo. ¿Qué no callará el resto?

El efecto ha llegado a este lado del océano: actrices españolas están haciendo lo mismo y la presidenta de la Academia del Cine, Yvonne Blake, ha confesado haber sido violada por un productor hace 52 años. El gesto de Blake -protagonista de un discurso memorable al recibir el premio Mujer de Cine en la 52 edición de FICXixón- es, medio siglo después de lo ocurrido, simbólico. De nuevo, calló por miedo y vergüenza.

Visto desde el otro lado, esos hombres han delinquido con impunidad, protegidos por su poder y la vergüenza de "mujer mancillada" que se ha sabido inocular por siglos en las víctimas. El escenario perfecto para abusar sin cortapisas. Y sigue ocurriendo.

Es importante sustraerse al efecto subyugante que tienen esos entornos de glamour y abrir los ojos a una realidad terrible: los abusos sobre las mujeres son sistemáticos. En la Unión Europea, la mitad de la población femenina ha sufrido o sufre acoso sexual, según la ONU, entidad que, para el resto del mundo, habla de pandemia global. Desde los ambientes más elitistas de las universidades americanas donde la violación de chicas es una realidad imposible ya de maquillar, hasta la violación como arma de guerra en África, pasando por los abusos sexuales a niños y niñas refugiadas, o la trata de blancas que trae a nuestras ciudades a chicas que son prostituidas en locales que se promocionan sin pudor en vallas de carretera y anuncios por palabras. La crisis lo ha empeorado todo y hecho más vulnerables a las mujeres en entornos laborales o familiares. Donde hay más necesidad, el abusón se encuentra en su particular paraíso. No seremos una sociedad realmente avanzada hasta que no acabemos con este cáncer milenario que ataca a más de la mitad de la población de la tierra. Al menos, donde por hablar no perdemos la vida, que la minoría simple ya no sea, nunca más, silenciosa.

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