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El mes de la muerte, mes de la risa

De Rafael del Riego y Flórez a Franco: noviembre es tiempo de difuntos

Antaño, la catolicidad era fiel al santoral del mes, que comienza con todos los Santos; a continuación, venía, y sigue viniendo el día de los difuntos; en el viejo Gijón, los "jesuitas", congregación y punto donde antaño se despedían los duelos, nos subían en ternas a Ceares. Para las floristas, 1 y 2 de noviembre, eran, y son, como para el resto de los negocios lo son el 14 y 15 de agosto, o sea el "Agosto".

Ahora con las cosas de los "celtas largos", el mes de los muertos comienza con calabazas, risas, desfiles y fiestas. Los niños, bien pintados de casero horror, lucen disfraces de muerte; los padres, van al fieras del otro mundo; las madres beben "gin tonics", porque la América televisada triunfa, como triunfan las "series", las hamburguesas y las palomitas; como triunfa el "Trumpito" presidencial, a base de meternos a todos en el saco del fin del mundo.

Un 3 de noviembre, muy lejos de su "inocencia" y de su Henares natal, murió el presidente Azaña, pobre iluso que pidió para la Hispania bélica "Paz, Piedad, Perdón". Lo perseguía el obispo de Montauban que quería "absolverle". Le perseguía la policía de Franco, que soñaba con reconducirlo a la España liberada de rojos, maricones, masones y catalanes, para darle a maza, como le habían dado a Lluís Companys, solo quince días antes en Montjuich, después de que la Gestapo se lo enviara al buen Caudillo de doña Carmen envuelto en celofán.

Azaña. Cada día es más necesario, y cada hora más urgente buscar un español ilustrado, laico, demócrata y bien templado para llevar a cabo la "h-Azaña" de devolver a España a la normalidad de la senda democrática y republicana. Hace diecisiete años en el cementerio de Montauban, donde descansan sus restos en sencilla tumba, el Cónsul de España en Burdeos compareció en el cementerio cuando un grupo de republicanos rendíamos homenaje al Presidente. El buen hombre, joven y de buena estatura, se permitió hacer el gesto de ofrecer al pie de su tumba una corona de laurel, no mayor que una rosca de pan, ceñida por la bandera "bicolor" de los borbones. Un asistente, de edad avanzada y presencia "degaullesca", el iconógrafo don José María D'Armengol, que de muy joven había tratado al Presidente, lo contuvo con un gesto:

-Joven, al Presidente Azaña solo se le ofrece la bandera "tricolor". Quedó el Cónsul pasmado, y sin más, marchóse. Y un asturiano, ya fallecido, arrancó la "bicolor" del "pan" abandonado. Al funeral de este asturiano amigo, que tantas hazañas hizo por el transporte, acudió el sabio profesor y convencido republicano, el mayor especialista en Riego y el "Trienio", don Alberto Gil Novales, tan bondadoso, que hasta "agradeció" que nuestro humilde Ateneo Republicano de Asturias le designara como Socio de Honor. No ha mucho que falleció en Madrid. Fue bueno, laborioso y honrado, ni fue concejal, ni recibió el premio nacional de Historia. Pero será recordado. Y un 7 de noviembre de 1823 murió en la plaza de la Cebada de Madrid, por subirse "accidentalmente" a una horca, el general don Rafael del Riego y Flórez, natural de Tuña, que había combatido en la guerra de la Independencia, y en 1820 se levantó por la libertad de todos contra el horrible Borbón de turno. En 1823, antes de morir, luchó contra los Cien Mil Hijos de San Luis.

¡Riego, la libertad ahorcada! Un docto avilesino lo niega, y una tarde en la Casa de Cultura de la villa del Adelantado, me dijo que había leído más de treinta libros en que ponían a caldo al general: "Tiempo perdido en lecturas vanas, beneficio para las ópticas".

"¡Albricias, serviles, / ya Riego cayó! / Aplausos reciba /Su diestro aprehensor".

Ramón Villanueva, Embajador -de los tiernistas- de España, siempre que por sus ocupaciones podía pasar el 7 de noviembre en Madrid, a las doce de la mañana acudía a meditar paseando la Cebada. Meditaré, me dijo hace dos años, en una tarjeta, con Espronceda del horror de una patria cruel, (¡y qué cruel sigue siendo!) tan distinta de la que quisieron Madre y Dulcinea".

A instancias de Fernando Morán, concejal entonces del Ayuntamiento de Tineo y largo etc., se colocó, el 7 de noviembre del 2000 una humilde placa de latón, "una latonada" apenas visible, después de descubierta, sobre el portal de la casa n.º 10 de la plaza, en acto al que el ministro Paco Cascos se ofreció a solemnizar con su presencia y la del Sr. Manzano, entonces Alcalde de la Villa y Corte, pero no pudo ser. En su lugar, Cascos envió a su subsecretario, hijo del inolvidable gijonés, hoy madrileño, Fito Menéndez, de la saga de los Menéndez del Natahoyo, y el Alcalde al concejal de Cultura del concejo, quienes se ocuparon del recuerdo. Presente la banda de la policía municipal en uniforme de gran gala que interpretó como remate el himno de Riego con gran solemnidad. Un enardecido grito de ¡Viva la República! coronó el acto de sabor liberal y republicano. Yo di la voz. Con el gasto corrió don Paco, sobre el que al día siguiente cayeron las espinas de la crítica de Jiménez y "todos los santos", por haber dado lugar a aquel horrible espectáculo.

El 20 de noviembre murió Franco, 1,63 de estatura que usaba alza en los zapatos, como la usó el gran Peltó. Y el mismo 20, pero de años antes, murió el fundador José Antonio, el Primo de Rivera. ¡Qué coincidencia! Hoy aún palpitan la Fundación de uno y el fascio del otro.

"Murieron los liberales / Murió la Constitución, / así que vivan el rey con Rajoy / con la Patria y la Religión".

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