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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

La vicesecretaria

A la vista de sus resultados internos locales, tal parece que nuestros socialistas se han ensimismado

En las recientes elecciones locales de los socialistas gijoneses, hubo una que no se conformaba con menos de una vicesecretaría general y habiéndose presentado a jefa con nulas probabilidades y escaso peso político que colocar en la balanza, habló con los dos mejor colocados y ofreció sus escasos votos a cambio de que la colocaran de vicesecretaria. La cosa estaba muy igualada y uno, menos consistente en las ideas y proyectos, le con cedió el deseo y el otro, con bastante más fundamento, no aceptó el chantaje. Ahora, la candidata ya tiene su vicesecretaria para la nada y, se supone, ya estará contenta. Como la cosa ha estado igualadísima, es bastante probable que los escasos votos que separaron al ganador de su oponente hayan sido los que, aportados por la aspirante a vicesecretaria, hayan sido los que inclinaron el fiel a favor de un candidato en lugar de al otro. Es lo que, en un determinado momento, puede llegar a significar una pequeña ambición al servicio de un interés bastardo.

Durante un tiempo ya largo, el socialismo ha ido ensimismándose en una cierta mediocridad en lugar de atreverse con la excelencia y la creatividad. Eso se ha notado en la confección de los equipos en muchos de los niveles de mando en numerosos lugares, de tal forma que cuando les llegó una competencia fuertemente populista no tenían cuadros suficientes para poner en pie una cierta doctrina que contuviera lo que se les venía encima. En algunos lugares se resistió, como en Vigo, pero en muy pocos. Parece que nuestro pueblo ya tardaba, mas, helo ahí, ya tenemos la mediocridad rampante al mando con los métodos de siempre disfrazados de modernidad: una negociación de puestos en una directiva -de ahí su inusitada extensión- para contentar a todas las facciones actuantes. Con estos mimbres irán a menos o, con un golpe de suerte, se quedarán como están. Han dejado escapar, como agua entre los dedos, una oportunidad para, al menos, ensayar un intento de enderezar su delicada posición. Pero, en fin, tienen un primer secretario primerizo, una vicesecretaria para nada, pero con sufrimientos por la causa que exhibir y un vicesecretario que ya se pasó de listo para mangonear en las sombras: un panorama de cine serie B.

Las cosas del Grupo Covadonga suelen ser bastante convulsas. Cualquier cambio, desde el uso de un edificio a la concesión de la cafetería, y no digamos ya la fusión con otra entidad -tal fue el caso del Centro Asturiano- están ausentes de pacifismo. El próximo sábado se decide en una asamblea si se compran menos de cinco mil metros cuadrados de una finca adyacente que les vendrían de perlas para aminorar las estrecheces de espacio que ahora padecen. Pero no bajan mansas las aguas y hay quienes desgranan toda una serie de inconvenientes ante tal posibilidad. Lo que es la gran virtud del Grupo, su gran masa social, resulta en estas ocasiones en un gran inconveniente que la convierte en difícilmente gobernable. Lo más curioso es que el grupo de tiquismiquis o eternamente descontentos suele ser mínimo. Pero ahí están siempre, dispuestos a tocar las maracas.

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