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Otra maldita tarde de domingo

Fieras

La dificultad para los noveles de abrirse paso en el mundo literario

Me dice, tras la comida, que está desmoralizado. Que ha enviado el manuscrito a cinco editoriales de las grandes, que ha sorteado los pasos previos y tres han llegado a leerlo, que les ha gustado, les ha gustado mucho, pero que existen dos factores para que no apuesten por él: su falta de nombre y su exceso de riesgo. Nos mudamos a un café vecino, uno de esos que comenzaron siendo librería, añadieron más tarde una barra y quedaron convertidos, por orden de la oferta y demanda, en un agradable sitio al que acudir y no comprar ningún volumen. Y le hablo de mi empeño por equiparar la literatura a la natación.

Competí hasta los catorce para el grupo Santa Olaya, entre rutinas con cuarenta segundos de descanso por serie y nuevo cambio de estilo. Lo dejé por el fútbol cuando tenía que dar el salto a un nivel profesional, para luego dejar el fútbol en los aledaños de Segunda B por los estudios, para acabar en esto de las letras con más ilusión y menos rendimiento económico. No sé cuál es mi evolución, si ascendente o descendente. Lo que más me gustaba era la justicia de aquel deporte. Alguien daba la salida y saltabas decidido al agua. No había excusas: vence el que llega primero. No podías apelar si tenías un mal día. No valían rencores por un calambre. El reto era sencillo y justo. No voy a decir que en literatura ocurra lo opuesto, pero es cierto que su carácter subjetivo hace más complejo el distinguir una marca personal. Y si eres consciente, como yo lo soy, de tu negación y desidia para las relaciones sociales, has escogido el camino pedregoso: las interminables horas frente al ordenador. Todo lo que venga después, lo mucho o lo poco, así como su calidad, hablarán por ti. De esto tratamos en el café y le convencí para crear una coraza lo suficientemente apetitosa como para competir justamente con el resto de participantes. Saber qué pretendes y qué medios tienes para hacerlo, de eso va en parte este juego y casi toda la vida.

Encaramos el camino a casa. Parecía más alegre, y dos días más tarde, durante una presentación, otro amigo terminaría por levantarle el ánimo y hacer que continuase con el brillante futuro que le espera. Porque tiene medios y sólo necesita un instante. Habíamos solucionado su falta de presencia en el comercio literario para que su obra hablase y su nombre viniera después, y el resto, el riesgo de su obra al que habían aludido las editoriales, estaba íntimamente ligado con el primer problema. Sé que llegará su hora. No porque se lo merezca, que también es algo muy subjetivo, sino porque todo lo que es riesgo nos adelanta. La pausa es ahogo y la inoperancia indefensión, para quien se pronuncia y para quien lo recibe. Aquello que dijo Séneca y más tarde parafraseó Quevedo: "Sólo en mi pecho hallarás fieras".

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