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Crítica / Música

Las termas, refugio para la música

Mirian del Río cierra un ciclo de conciertos con la cuerda como protagonista

Cuando en las calles de todo el país retumban los tambores y las trompetas estallan con dolor y rabia marcando los pasos de la Semana Santa, la música de cuerda busca refugio intramuros, en espacios recogidos donde los matices puedan alcanzar todo su poder expresivo. Sin duda, las termas romanas de la ciudad fueron un abrigo adecuado, un escenario perfecto para un ciclo de conciertos íntimos y con un aforo reducido. Ecos, penumbra e historia convirtieron los conciertos de guitarra (Rubén Abel Pazos), de arpa (Mirian del Río) y el cuento narrado por Ana Belén Rodríguez en una experiencia más allá del mero recital.

Mirian del Río puso el cierre al ciclo en la tarde del sábado con un concierto de arpa que fue un auténtico viaje por la historia del instrumento. La arpista de la OSPA introdujo las piezas explicando de forma asequible tanto cuestiones técnicas sobre la evolución del arpa, como detalles estéticos de las obras que fueron evidenciando la configuración de un lenguaje propio de este instrumento. Empezó en el siglo XVII, con "Hachas" de Lucas Ruiz de Ribayaz, una obra marcadamente barroca construida a base de variaciones de un motivo. Los matices dinámicos fueron dando forma a estructuras de pregunta-respuesta y frases en eco que evidenciaban los limitados recursos expresivos del arpa en este periodo y la destreza que exige al intérprete para dar vida a la pieza, algo que Mirian del Río logró sin aparente esfuerzo.

Una sonata del alemán P.J. Mayer, nos introdujo en el lenguaje clásico y galante del siglo XVIII, con un tema principal bien definido, desarrollado con progresiones, adornos puntuales en forma de trinos y retardos efectivos en las cadencias. Los aires románticos mandaron en la "Sonatina en Re menor" de Naderman, el inventor del arpa moderna y uno de los grandes creadores de repertorio para este instrumento; el registro de las obras se amplía, al tiempo que la regularidad del pulso se abandona en algunos pasajes en pos de la expresión. "Sérénade" de Parish-Alvars fue un prodigio de virtuosismo, con una sonoridad delicada, armónicos evocadores y cascadas interminables de notas que recordaban al piano de Chopin o Liszt. Hubo más estampas románticas en "La mañana" de Tournier, que dejó patente la pertinencia del arpa para evocar el despertar del día, o en el "Viejo zortzico" de Jesús Guridi, una eminente estilización de la danza popular vasca.

El cierre fue un prodigio de emociones con la combinación de sonoridades en forma de sonata compuesta por la francesa Germaine Teilleferre. Tanto los fraseos como las armonías rompen las convenciones clásicas, pero sin perder las formas, resultando en pasajes cargados de afectos especialmente emotivos sobre el ritmo ternario del segundo movimiento. La ovación no fue sonora (el aforo era de 40 personas) pero sí sincera, y la experiencia confirma la buena relación entre música y museo, quizás por eso ambos términos comparten raíz.

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