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Los ayuntamientos como base del republicanismo

La ciudadanía como motor para el advenimiento de la república

Alrededor del mes de abril y, con referente a la fecha del día 14, se celebran por toda España actos, confraternizaciones y conferencias sobre la II República y sus parabienes históricos, políticos y sociales. Parece que solo se es republicano en abril y alrededor de la idea de una II República idealizada hasta el máximo extremo, en cambio la I República tiene un ensalzamiento menor cuando quiso ser federal, no pudo y no supo. Dos siglos después seguimos sin saber.

Ser republicano y hablar de republicanismo fue una da las bases ideológicas del PSOE de principios de siglo, con un Zapatero dispuesto a llevar el republicanismo a cada instante y a cada acción como ciudadanos y vecinos. Y sigue siendo una manera de entender nuestro estatus civil como un ente propio de convivencia en nuestra casa, en nuestro ámbito laboral y, por supuesto, en el social.

El republicanismo sigue la estela del compromiso y de la confianza hacia los ciudadanos, así como una prioridad de su libertad entendida como ausencia de dominación, de dominación arbitraria. Ningún tipo de poder, de esos que llamamos fácticos, puede exhibir una dominación sobre el individuo. Es una manera de comprender la relación entre la sociedad y el Estado (y los entes locales son Estado), como garantes de los derechos, devolviendo el protagonismo a los ciudadanos, para que de manera permanente y no solo cada vez que ejercen su derecho a voto promuevan el interés general, con una participación directa día a día, a través de las organizaciones sociales, las asociaciones de vecinos, las organizaciones sindicales o políticas, y para ello que dinámica mejor y más representativa a nivel institucional que nuestros ayuntamientos.

Porque el nuevo motor del republicanismo son las personas y, por ende, los ayuntamientos que siguen siendo el primer referente de sus vecinos. Un primer mecanismo para defender su manera de entender la gestión pública, la pasión por lo público, por la democracia participativa y responsable como garantía de una libertad, como hemos dicho anteriormente, sin dominadores religiosos, ni políticos, ni económicos y, por supuesto, ni del hombre sobre la mujer. Una concepción de una ciudadanía activa y no exceptiva, orgullosa y de buen sentido. Una manera de interpretar y reinterpretar nuestras leyes incluida la Constitución (pese a su influencia monárquica), para reforzar la cohesión ciudadana, dándole más valor aún a nuestros derechos y, por supuesto, a nuestros deberes.

Estas virtudes cívicas tan necesarias son la que deben tener y explotar nuestros representantes municipales, quienes deben escuchar antes de hablar, de dejar de verse como "primus inter pares", ni como líderes tocados por una aureola impuesta por su elección, partícipes de lo público y de la educación, que crean una igualdad entre todos sus vecinos, donde los nuevos vecinos y sus hijos tengan la misma condición que aquellos que residimos en nuestras ciudades y pueblos desde hace mucho tiempo.

Si el republicanismo español y el proibérico (una república hispanolusa) quiere vivir en común sin estridencias ni conflictos, las banderas deben ser representativas de todos, que se vea la suma de ellas como una realidad compleja pero rica, un Estado laico que relea su Constitución desde una lectura republicana para superar los extremos excluyentes y que devuelva el carácter integrador a los ciudadanos en un marco de convivencia, recuperando la libertad, la igualdad y la fraternidad de todos y, dejando en segundo plano las banderas, los himnos, a la Iglesia y a la monarquía. Que se diluyen por sí solas, pero sobre todo, los odios.

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