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Santería industrial

El uso de pócimas en los guisos y las técnicas de la industria alimentaria

Seguro que unos cuantos de los muchos guionistas que se dan cita estos días en el festival de cine de Cannes habrían levantado la ceja al leer la noticia de la hostelera gijonesa acusada por su socia de santería para incitar a los clientes de su cantina a consumir sus guisos con mayor felicidad y fruición. Ahí hay historia.

El caso suena a realismo mágico en El Coto aunque yo lo he reinterpretado para mí en esta sencilla sinopsis de hiperrealismo mercantil universal: la señora tiene cocina chup chup de madre antigua y la que está envenenada de envidia y de malas artes societarias es su exsocia, a la que se le pegan las lentejas y se le pasa el arroz vilmente, pero quiere quedarse con el negocio. Al fin y al cabo ¿no estamos en la era de la comida basura?

Para los y las guionistas que prefieran el realismo sin magia, no hay como los boletines oficiales. La trasposición de normativa comunitaria, por ejemplo, es todo un mirador sobre las grandes y pequeñas miserias de nuestra sociedad, sobre todo como consumidores en una economía de libre mercado.

De hecho, al tiempo que la cocinillas gijonesa recibía la puñalada trapera, en nuestro país entraba en vigor un reglamento comunitario para reducir la acrilamida en los alimentos. No teníamos noticia de esa sustancia aunque forma parte de nuestra dieta. La consumimos diariamente entre otras razones porque hace la comida especialmente sabrosa y, por tanto, apetecible: incluso sin hambre le encontramos hueco en el estómago. Pero puede ser cancerígena, la OMS dio la voz de alarma.

Patatas fritas, aperitivos, café y sucedáneos, galletas, cereales de desayuno, pan blando o tostado? la acrilamida aparece cuando el producto en su totalidad o en parte ha sido procesado a más de 120 grados. Un baile de moléculas bautizado como "reacción de Maillard" potencia el sabor y el aroma y su ingesta nos regala un rato de felicidad gustativa. Ojo, no se trata de expulsar esos productos de nuestra dieta sino de consumirlos moderadamente.

Pero equilibrar la dieta y moderar ciertos consumos es harto difícil -he aquí el nudo de esta historia real- cuando la propia industria alimentaria dedica gran parte de sus esfuerzos de i+D+I a estudiar cómo incrementar lo que los expertos en nutrición ya han bautizado como "adictividad" de los productos. La competencia es muy dura en el lineal de los supermercados.

Así, la acrilamida convive con nitritos, diacetilo, taurina? perfectos desconocidos para nuestro intelecto pero habituales de nuestro tracto gastrointestinal. Unidos a una buena porción de azúcar, grasa, sal o cafeína, según el caso, nos convierten en adictas y adictos a muchos de los inocentes productos que nos rodean: bajo su bondadosa apariencia hay dos temporadas extra de "Fariña".

Refrescos, bollería industrial, aperitivos, golosinas, pasteles y comida rápida, como hamburguesas, pizzas, pollo frito, bacon? nos regalan ese "golpe de sabor" que, según los expertos, activa nuestra dopamina y nos regala un tiempo de alegría fugaz que querremos recuperar. Así que al final de este relato diario de vida nos vamos convirtiendo poco a poco, más que en adictos a ciertos productos, en adictos a la acción de comer. Obesos ciertos o potenciales y preceptores de nuevos obesos y obesas.

Así que si la cocinillas de El Coto es santera, bendita patada le ha dado su exsocia tóxica porque le espera una prometedora carrera en la industria alimentaria.

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