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La ventana

Peligro de inundaciones

El impacto de los fuegos en la comarca

Era la madrugada del 29 de julio. Con las primeras horas del día aparecieron, sobre el tinetense pueblo de Castañera, las primeras gotas de una lluvia que este verano había esquivado la geografía asturiana. Fue "como si nos tocara la lotería", decía Rosi Prieto, pues se ponía fin a una interminable noche de espanto en la que unas amenazantes llamas pusieron cerco a las viviendas de su pueblo. Ésta es la más reciente historia de la virulencia desatada por los incontrolados incendios forestales. Hace cuatro años tuvo lugar la enorme catástrofe sufrida en el Valledor. Cualquier otro año venidero se repetirán otras tragedias de similares dimensiones, o acaso mayores, de no obrar algunas radicales medidas preventivas.

Cuando se da un año de suficientes lluvias y escaso calor, los montes permanecen verdes y exuberantes. Nunca falta algún portavoz de la administración que, apoyado en irrefutables estadísticas, presente el hecho como un éxito de quienes gestionan el sector.

Cuando se da un mes como este julio se evidencia que ante la furia del fuego nunca hay medios ni materiales ni humanos capaces de aplacar su voracidad destructiva. Al final hay que recurrir al caldero para salvar las viviendas y elevar plegarias para que la lluvia ponga coto a la desolación que te rodea. En algo si hay una coincidencia unánime: el fuego se apaga en invierno. Hay que prevenir, limpiar el monte y hacer de la floresta un cultivo productivo y rentable. La confirmada consejera tiene el tiempo suficiente y justo para elaborar, de una vez y por todas, una política forestal efectiva y consensuada.

Ahora estamos en pleno estío. Nuestros ríos portan unas cantidades paupérrimas del líquido elemento. Y llegará el invierno y las abundantes lluvias, y los cauces fluviales se desbordarán incapaces de albergar sus enormes caudales. Muchos pueblos y algunos consistorios, de diversas cuencas, han alzado la voz pidiendo la intervención en los ríos. Alguna fórmula ha de haber para que al tiempo que se preserve los ecosistemas fluviales se eviten los desastres en sus riberas que todos tenemos presentes en nuestras retinas. La Confederación Hidrográfica ha de dejar de verse como un ente hostil y debe ser el aliado fiel de los ribereños.

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