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La ventana

Réquiem por un museo

Aún no había amanecido aquel 2 de febrero cuando el Cantábrico azotó con inusitada virulencia sobre la costa asturiana. Pronto se cumplirán dos años de aquel fatídico día, que causó enormes daños, sobremanera los que sufrió el Museo del Calamar de Luarca. Cuantiosos son los bienes que mares y océanos proporcionan a la humanidad, pero en algunas ocasiones, en respuesta a las continuadas agresiones que sufre de nuestra parte, el mar se enfurece y nos castiga.

Los políticos, siempre deseosos de exhibir su palmito, aprovecharon aquel desastre para visitar Luarca y contemplar in situ la huella que dejó el oleaje. Asistieron políticos de diestra y de siniestra, de acá y de acullá. Todos mostraron su espanto por lo ocurrido, todos prometieron apoyo para reabrir aquella exposición singular, todos mintieron. Las visitas respondían más al morbo que al propósito de colaborar en paliar el daño causado.

Hay que resignarse. Ni a corto ni a medio plazo se podrán volver a contemplar en Luarca los calamares gigantes. No hay dinero, y de haberlo hoy hay otras prioridades. Han pasado los tiempos en que se levantaban museos de lo más variopintos, de lo más surrealista y de cualquier cosa. Los mismos que propiciaron aquellos despilfarros son los que hoy no tienen ningún interés en prestar el apoyo necesario a la Coordinadora para el Estudio y Protección de las Especies Marinas. Son prisioneros de sus celos, de unos celos insufribles que les hacen insoportable el éxito y la admiración general que existe hacia el colectivo que gestiona esta organización. Las entidades que se nutren de la utopía menoscaban el prestigio de los organismos gubernamentales y los que mandan no están dispuestos a admitir tal injerencia.

Contemplar las ruinas de aquel museo, que fue lugar de visita obligada, nos trae a la memoria la localidad de Belchite, aquel pueblo arrasado por la barbarie de la Guerra Civil que los vencedores de la contienda decidieron mantener intacto como recordatorio de lo que fue una fraternal contienda.

Derrúyanse las paredes, retírese el escombro y en su lugar póngase césped y algún banco donde los paseantes puedan contemplar el mar; ese mar que se mostró tan feroz una noche de hace dos años.

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