La difícil vida académica, en muchos casos plagada de tropiezos, es sufrida con angustia por niños y adolescentes. En la mayoría de los adolescentes no existe una conciencia clara del valor del esfuerzo como nexo irremplazable entre expectativas y objetivos. Esta débil conciencia del esfuerzo de superación -rasgo común en un número elevado de adolescentes- y la falta de las herramientas básicas o adquisición defectuosa de éstas (lectura comprensiva y razonamiento matemático) son las causas del bajo rendimiento académico, incluso del abandono escolar. En el origen de esta situación parece hallarse una versión nueva y muy extendida de la libertad individual o autonomía personal y cuya fórmula conocida es "educación-no-dirigida".

Dos son los ámbitos propios de la educación: formación e instrucción. No cabe la menor duda de que la expectativa de los padres, puesta en el sistema educativo, es que éste instruya a su hijo en aquellas habilidades que capaciten al hijo para incorporarse al mundo laboral, a ser posible el de mejores condiciones y mayor remuneración. Dicho en otros términos, esperan de la institución educativa que hagan del hijo una persona de provecho.

El otro ámbito de la educación es el de la formación de la persona. Es el ámbito propio de la educación, del proceso que conduce al desarrollo de la persona y que permitirá al niño incorporarse al mundo de los adultos, un mundo de valores, normas, deberes y derechos. El criterio que guía este ámbito de la educación es muy diferente del otro. En aquel se busca adiestrar al niño-adolescente en la adquisición de herramientas que le capaciten para conseguir, mediante el esfuerzo o trabajo, su propio bienestar; en el otro ámbito se pretende preparar al individuo para una vida plena como persona y en la relación con sus semejantes. En este segundo ámbito ya no se trata del adiestramiento en conocimientos y técnicas de aplicación, sino de la formación en principios y en valores.

Hoy se trata a los niños y adolescentes como si fuesen adultos, cuando en esta etapa necesitan ser guiados para afrontar la vida. Esta consideración de adultos otorgada a los menores representa la renuncia del deber de educar. Y los efectos están a la vista: absentismo escolar, comportamientos agresivos dentro y fuera del recinto escolar, padres agredidos por sus hijos, profesores diana de la ira y frustración de sus alumnos... criaturas, en fin, que se conducen sin ninguna referencia y a golpe de impulsos ("espontaneidad"). El niño necesita de la dirección del adulto. Al niño hay que guiarle para que, viendo cómo los padres y educadores le ponen límites, normas, exigencias, él se conduzca libremente como individuo responsable de su conducta.

Hoy, las conciencias imbuidas del capítulo ideológico "la enseñanza no-directiva" se olvidan de la necesidad imperiosa de guía y referencias en los primeros años de la vida de un menor. El origen de la "enseñanza-no-directiva" se encuentra en el método aplicado en terapia psicoanalítica. Este método consiste en el papel de mero espectador del psicoanalista, cuyo silencio tiene por finalidad el que la exposición de ideas y sentimientos del psicoanalizado no sea contaminada con los comentarios del psicoterapeuta. Lo que es válido en el ámbito de la psicología clínica, en el de la enseñanza tiene sus efectos perversos. La aplicación de este método en el ámbito de la educación coadyuva a la desorientación de los adolescentes que, una vez llegados a adultos, se conducen sin referencias y cuyo único criterio moral es el de "la autenticidad" ("espontaneidad"), esto es, el hacer y conducirse según el propio sentir.

En el ámbito propio del sistema educativo, el de la adquisición de conocimientos para la incorporación al mundo laboral, de la presencia e implicación de los padres va a depender el éxito académico del hijo. Y he aquí la importancia de los "deberes para casa". La mayor o menor implicación de los padres en las tareas propiamente escolares va a influir notablemente en la construcción de la personalidad del niño, así como en que adquieran el sentido de la responsabilidad, del cumplimiento del deber, de la disciplina, del esfuerzo, de la superación personal y del interés por la formación permanente.

Cierto que existe la opinión bastante extendida de que las tareas para casa representan un exceso de la actividad académica, que las actividades realizadas en horario escolar son suficientes y que los niños necesitan jugar para construir su personalidad. Efectivamente, en esta etapa de la vida el juego es tan importante como respirar. Pero es un hecho que las tareas para casa, cuando los padres colaboran en la realización de las mismas, contribuyen al mayor y mejor rendimiento académico del escolar. La finalidad de las tareas para casa no es otro que conseguir fijar en la mente de los escolares lo nuevo que cada día se da a conocer en el aula. También es el medio a través del cual el profesor puede llevar el control del grado de adquisición de conocimientos y comprensión de los mismos, así como mantener una comunicación directa y diaria con los padres quienes, a pie de tareas, pueden indicarle las dificultades observadas en sus hijos en la realización de las mismas y el mayor o menor grado de la comprensión y asimilación de los nuevos contenidos.