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Psicóloga y logopeda

Hijos del desamparo

La trascendencia vital de una intensa relación materno-filial para el normal desarrollo emocional del bebé

En nuestro rededor nos encontramos con personas nada cálidas al trato, hoscos y rudos en las formas dispensadas a los otros y despóticos con los allegados y más si cabe con los subordinados, cuando ocupan un cargo con un mínimo de autoridad. Son también dados a abrazar posiciones radicales y, en los casos más graves, a odiar el orden social que les ha tocado vivir. Personas sumamente desdichadas, víctimas de la mayor monstruosidad que puede vivir el ser humano: ya de bebés les ha sido negado, en mayor o menor medida, el alimento afectivo.

La carencia o falta total de este alimento fundamental deja una profunda huella que dificulta la construcción psíquico-emocional equilibrada y, una vez adultos, en la elección del camino adecuado en busca de la propia felicidad, así como en hallar sentido a su vida y, con ello, a todo lo que le rodea. Sin amor, el odio a la vida se manifestará en forma más o menos primaria o más o menos sutil, en razón del calado en el individuo de las convenciones sociales.

Hay en el alma rencorosa y resentida la huella de una infancia dura, cuya relación maternofilial ha estado perturbada por una madre bien desequilibrada, bien depresiva, bien ausente. Aunque en su vida diaria se comporte como un individuo normal, la carencia del alimento afectivo deja al afectado ("lisiado emocional" o "demente moral") sin el modelo de hábitos sociales, sin los recursos para la posterior relación humana amable tanto con propios como con extraños. Así, en el alma del delincuente juvenil se cierne la sombra del desamor de una madre o la huella traumática dejada por la que no le ha sabido querer cuando más necesitaba de ella, sombra también observable en los casos de neurosis y psicosis.

Estudios de campo realizados con la tribu de la isla Alor aportan datos que corroboran lo que, desde el análisis de la conducta, se ha definido como "lisiado emocional" o "demente moral". Un dato dramáticamente sobresaliente, presente en todos los alorenses, es el lamento por abandono de sus madres. Instituido socialmente, es la mujer la que se dedica al cultivo del campo. En la primera hora de la mañana amamanta a su bebé y, acto seguido, se dirige a sus ocupaciones agrícolas, dejando solo al hijo. Cada día del año, la escena no deja de ser cuando menos desgarradora: llanto infantil suplicante de unos brazos y un pecho materno que le devuelva el sosiego. Así, un día y el siguiente también, el tiempo en la soledad del desamparo acaba acartonando su alma y endureciendo su corazón. La vida familiar está igualmente marcada por la frialdad, la hosquedad y la indiferencia. En la relación sexual falta el afecto y respeto, y se entiende como mero desahogo, en el que el otro, en este caso ella, es el objeto destinado a tal fin. Como consecuencia de este desamparo infantil son desconfiados, tímidos, inseguros, siempre a la defensiva, insolidarios e insensibles con el dolor del prójimo.

En nuestro mundo hay también niños que son víctimas de esta monstruosidad humana. Es el caso de bebés cuyas madres, estando presentes, les niegan el aporte emocional, o no los pueden atender por razones laborales o ajenas a su voluntad, o bien delegan el cuidado en terceros por falta de interés. No cabe duda de que estas circunstancias generan las condiciones propicias para la aparición de "enfermedades defectivas emocionales". Aquí, la gravedad del daño y la huella en la personalidad del bebé será proporcional, en naturaleza y medida, al tiempo de ausencia de la madre.

La literatura clínica habla de hijos del desamparo. Estos informes describen una relación satisfactoria hijo-madre durante los primeros seis meses de vida. A partir del séptimo mes, algunos bebés se vieron privados de los cuidados de la propia madre, por las razones antes aludidas. Los bebés objeto de observación lloriqueaban incesantemente y sin motivo aparente. Mientras se encontraban en la cuna, se mostraban indiferentes con todo aquello que acontecía en su entorno, así como con el cuidador cuando se le acercaba; incluso llegaba a gritar si éste mantenía la proximidad. El retraso en la personalidad era otro de los síntomas presentes en estos bebés. Entre los propiamente físicos se encontraba la pérdida de peso, el sueño interrumpido y la expresión de un hondo sufrir. Tres meses después, el rostro dejaba de ser relajado y expresivo, y el desconcierto primaba en la relación con los otros bebés. Aquellos en quienes los cuidadores habían conseguido librar la resistencia o repulsa a ser tomados, una vez en brazos, se asían con angustiada firmeza, rodeando con sus bracitos el cuello, presos en el pánico y temerosos de encontrarse de nuevo solos en su cunita.

Si entre el octavo y el undécimo mes volvía la madre, se comprobaba una mejoría. Ello no significa que la separación y el trauma causado no hayan dejado la huella mnémica del sufrimiento en el alma de la indefensa criatura. Pero cuando la madre ha abandonado para no volver nunca al lado de su bebé, los efectos del desamparo adquieren un calado más hondo de gravedad. En estos casos, los bebés presentaban un mayor retraso, hasta "detenerse en el 45% de lo normal", daño que, como se fue comprobando en el seguimiento, es de naturaleza irreversible.

Así, pues, la adquisición o la carencia de la humanidad, afabilidad y la capacidad de compasión, así como la salud y equilibrio psíquico-emocional, la satisfacción con la propia vida o, por el contrario, el rencor y el resentimiento, es algo que adquiere el individuo en razón de la naturaleza de la relación maternofilial.

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